Cuatro variaciones en torno al tema del amor, por Jotacé Sánchez

I

     Lo dijo sin disimular aquella entonación a la que obliga el apremio y la vergüenza. Sin encender la luz.

     ­−No quiero estar aquí.

     −Vete si quieres −le propuse con amabilidad.

     Se despidió con un beso en la mejilla y salió. Yo busqué mis calcetines bajo la cama. Me demoré un momento para no toparme con ella en la escalera y verme en la obligación de pronunciar alguna frase incómoda. Bebí el medio vaso de ron cola que había dejado sobre el velador. Bajé hasta la recepción trastabillando. Pedí mi carnet de identidad y salí a la calle.

II

     Lo dijo después de echarme un brazo encima y estrecharme contra sí. Después de besarme el hombro izquierdo.

     −Buenos días. ¿Pedimos desayuno?

     −Tengo que irme −me apresuré en contestar.

     Abandoné la cama despavorido y me vestí. Tardé un momento en encontrar los calcetines que se habían ido bajo la cama. Ella quiso hablar, pero le pedí que no lo hiciera. Tomé los tragos de ron cola que no alcancé a beber la noche anterior y bajé las escaleras. Trastabillé en los últimos escalones, antes de alcanzar la recepción, pedir mi carnet de identidad y verificar que no había olvidado nada allá arriba.

III

     Lo dijo antes de que yo terminase de jadear. Antes de que el palpitar de mi corazón volviera a la normalidad.

     −Son treinta y cinco mil pesos.

     −Ya lo sé −respondí acezando.

     Mientras ella se vestía yo me asomé bajo la cama para buscar mi billetera y mis calcetines. Le pagué con dos billetes arrugados y respondí con un gesto de fastidio a su señal de despedida. Cuando cerró la puerta me dispuse a terminar los restos del ron cola que había dejado sobre el velador. La idea era bajar trastabillando la escalera, pedir mi carnet de identidad y hacer alguna llamada telefónica que me evitara el inminente regreso a una casa vacía.

IV

Lo dijo mientras le mordisqueaba el cuello, cuando recién comenzaba a penetrarla. Mientras la abrazaba fuerte para sentir el calor de su piel.

−Me gustas mucho.

−Tú a mí también −susurré emocionado.

Y sentí que había encontrado un lugar, un abrazo que sabía cómo sostenerme. Después nos duchamos juntos. Ella rio al verme estirar el brazo para sacar los calcetines debajo de la cama. Hicimos un brindis con los restos de ron cola que dejamos en el velador y bajamos juntos la escalera. Trastabillé en el último escalón, pero me afirmé en su hombro. Luego pedí mi carnet de identidad y salimos del motel tomados de la mano.

FIN