Cum Shot, por Jotacé Sánchez

El orgasmo visible e indiscutible del actor porno proporciona una de esas escasas ocasiones en que se franquean las barreras entre la propia conciencia y la conciencia del otro: en el preciso momento del cum shot, el espectador sabe con absoluta certeza lo que sucede en la mente del otro.

Barba y Montes, La ceremonia del porno

Primer Acto. Frente a la cámara.

−¿Qué tan explícitos tenemos que ser? −le preguntó él.

−Completamente explícitos −respondió ella y comenzó a desabrocharse la blusa, una blusa plisada uniforme del Banco Nacional.

−¿Sin contexto?

−Sin contexto. Nadie puede saber que somos nosotros.

Lo habían fantaseado tanto. Cada vez que se masturbaban juntos o por separado, absortos en alguna escena porno. ¿Y si lo hicieran ellos? ¿Si fueran ellos mismos quienes ofrecieran sus cuerpos gozosos para el disfrute de los demás en la internet? La vida son dos días, se dijeron. Solo dos días. ¡Y uno se había pasado ya tan rápido!

Los niños dormían en la pieza del fondo. Oyeron al perro acomodarse en su casucha del antejardín. Ella lanzó la blusa al piso y se quitó el sostén. Sus senos pequeños bambolearon como dos frutas cuando se agachó para liberarse de los calzones y él, que ya estaba desnudo y caliente, se le fue encima y la lanzó a la cama y le mordió el pezón y succionó y chupó y llevó su mano hasta abajo y comprobó que estaba húmeda, mojada, empantanada.

Ella le pidió que se detuviera. ¿Acaso no le gustaba? Claro que le gustaba, pero tenían que preocuparse de la cámara primero. Escoger muy bien el encuadre antes de grabar. No importaba que la cama estuviera deshecha, ni que la ropa sucia se apilara sobre la silla, ni que el tazón del desayuno permaneciera aún sobre el velador. Todo ello quedaría fuera de escena. Solo dos cuerpos desnudos sin rostros, una sección de sus cuerpos, nada más. Una penetración en primerísimo primer plano.

Pusieron el trípode muy pegado a la cama y ensayaron diferentes posturas antes de decidirse. Bromearon. Él le preguntó por qué le decían a lo perrito si al final era a gatas. Ella río en voz baja, no fueran a despertarse los niños. Y se acomodó.

−Lindo culo −le dijo él mientras verificaba la toma en el visor−. ¿Pero crees que alguien logre excitarse si no le damos contexto?

−Que los espectadores fantaseen lo que quieran. ¡Ven y hagámoslo de una vez!

Segundo Acto. En la pantalla.

     Estos son los hechos. La vaina de revestimiento del pene tiene un defecto que lo hace describir una curva pronunciada hacia la izquierda, pero eso no impide que el glande, la corona y el asta ingresen al tracto tubular elástico de la vagina sin dificultad. La pared mucosa de la vulva ha secretado lo suficiente para lograr una profusa lubricación. Gemidos contenidos se escapan por el parlante.

     Él se aleja un momento, desaparece de la toma y se aprecia solamente la apertura inusitada del tracto anal de ella. Algo de humedad ha descendido desde los repliegues de la válvula mucosa del ano al revestimiento cutáneo del canal. Con algo de atención puede distinguirse, incluso, la línea que divide ambas secciones.

     De súbito el pene ingresa por el ano y el gemido de ella se oye más contenido todavía. Los resoplidos graves de él hacen suponer que la distensión del esfínter dura poco tiempo y que este vuelve a contraerse presionando con fuerza la cilíndrica asta del falo.

     La posición adoptada por la pareja resulta idónea para mostrar de cerca el movimiento del miembro introduciéndose, de manera alternativa, por el tracto anal y por el tracto vaginal. Resoplidos de él, gemidos de ella en el parlante. Sobre la superficie del escroto se ve escurrir el exceso de secreciones proveniente de ambos canales.

     La operación alternativa se reitera por un lapso amplio, el suficiente para que se acopien los fluidos seminales en la cavidad prostática de él. La liberación de las tensiones neuromusculares acumuladas sucede en el momento exacto en que el pene transita de uno a otro canal, por lo que el semen sale disparado por el aire en dos, tres, cuatro salpicaduras irregulares ofreciendo un irreprochable cum shot.

Tercer Acto. Frente a la pantalla.

     Las miradas se excitan, viajan a través de la pantalla observando el hecho, el acto desnudo con la rigurosidad de un cirujano o de un taxidermista. Espectadoras de escrotos, perineos, tractos y glándulas, se esfuerzan por suponer lo que en realidad sucede frente a la cámara, lo que en verdad ocurre cuando una pareja se filma. Si es que existiera esa verdad. No se conforman con lo que ven y fantasean para llenar ese molesto vacío de no saber. Imaginan entonces y se excitan. Proveen de textura a las imágenes, de aromas al líquido chorreante, de sabores a la piel transpirada y la sangre se les agolpa en la entrepierna generando erecciones masturbatorias aquí y allá. El cum shot a medio camino entre los dos orificios se replica en múltiples eyaculaciones que empapan, por ejemplo, la carpeta con las facturas de los clientes; que rocían la mochila puesta en las rodillas en la sala de computación; que se ahogan en un calcetín lanzado después bajo la cama; que se disparan vengativas sobre el adorno de loza preferido de la abuela para hacerlo caer y romperse en mil pedazos; que acaban en la misma mano con que después se seguirá manipulando el mouse; que se estrellan contra la cara inferior del escritorio en la Biblioteca Pública; que bañan trescientos gramos de posta rosada un sábado en la noche; que se reciben con un confort en la sala de estudio de la universidad; que explotan al interior del calzoncillo en una sala de espera; que se descargan en cuatro servilletas Pronto Copec frente a los ojos atónitos de la cajera; que terminan sobre el arbusto de una plaza; que caen como lluvia sobre el asiento vecino en la boletería de un metro; que se precipitan veinte pisos desde la azotea del edificio; que rebalsan la boca de una muñeca inflable; que embadurnan de espermios el teclado; que dan justo en el blanco del ojo izquierdo por un descuido estúpido; que se escurren por el muslo en un escaño del Congreso durante la discusión de la Ley; que chorrean por el colchón en la litera de un barco mercante; que se exhiben como un triunfo frente a los compañeros de séptimo básico; que inseminan al perrito faldero de la tía solterona que nunca hace regalos para los cumpleaños; que mancillan la negrísima sotana del párroco que navega en internet; que sofocan el piloto de la estufa a gas una noche de invierno, que se pierden, que ensucian, se resbalan, se proyectan, se esconden, mojan, hierven, planean o que, sencillamente, terminan esparcidas sobre la superficie del monitor.