El regreso, por Iván Olguín

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—¿Usted vive aquí?

—¿Cómo?

—Le pregunté si usted vive aquí.

Matías regaba el antejardín, cuando un desconocido se paró detrás suyo y comenzó a hacerle preguntas sobre la casa. El tipo tenía el rostro sucio y reseco, cubierto de extrañas cicatrices rojizas en los pómulos y la nariz, como quien acaba de salir de una tormenta de nieve. Vestía unos jeans viejos y un enorme abrigo, bajo el cual se intuían otras tantas capas de ropa. Parecía haberse cortado el cabello hacía poco tiempo, pues podía ver algunas heridas en su cabeza, como las que tendría alguien que se rasura a pulso, sin mirarse al espejo. Le resultó evidente que aquel hombre vivía en la calle.

—Si, yo vivo aquí. — Respondió Matías, sin dejar de regar.

—¿Puedo ver su casa por dentro?

—¿Disculpe?

—Que si puedo ver su casa por dentro. Ya me oyó.

Matías pasó su vista de la casa al vagabundo varias veces, incrédulo. Pensó en moverse rápidamente, cerrar la reja tras de sí y entrar a la casa sin decir nada, pero el inesperado visitante se interponía entre él y el portón.

—No es realmente mi casa, es de un amigo, yo sólo la cuido—. Reconoció.

—Comprendo, ¿puedo ver la casa de su amigo por dentro? —. Dijo el hombre, sonriendo.

—No quiero ser grosero, pero no lo conozco, usted tampoco dejaría entrar desconocidos en su casa. ¿verdad?

—¿Le parece a usted que yo tengo una casa?

—Estoy seguro de que en algún momento la tuvo.

—Si, la tuve cuando era niño— dijo el hombre — es esa— agregó apuntando a la puerta.

Matías se sentía acorralado, el extraño no le quitaba la mirada de encima. No se atrevía a soltar la manguera o meter las manos en el bolsillo para sacar su teléfono. Miró a su alrededor y no había ninguna persona en la calle aparte de ellos dos. Solían circular pocas personas los fines de semana. El hombre notó su incomodidad y alzó las manos con las palmas abiertas.

—Mire, se lo pido como favor. Sólo quiero entrar y dar una pequeña mirada. Piense que para usted esto no significa nada, pero para mí significa mucho. Daré una vuelta y me iré inmediatamente.

Sin saber bien por qué, Matías se planteó la posibilidad de dejar entrar al desconocido casa. En el fondo no creía tener otra opción. Hace algún tiempo se hubiese negado sin dudarlo, pero en esta etapa de su vida, después de que su mal carácter lo llevó a tocar fondo, sin trabajo, lejos de su familia, viviendo gratis en la casa de uno de los pocos amigos que le quedaban, decidió que esto era una oportunidad de cambiar.

Estaba cansado de escuchar recriminaciones, siempre lo mismo. ¡Relájate un poco! ¿Por qué eres tan desconfiado? No me mires así. ¡No todo se trata de ti!”. ¡No! Eso se acabaría, ese día sería distinto. Por la noche dormiría tranquilo sabiendo que, por primera vez, tomó un riesgo y ayudó a una persona.

Caminó resuelto hasta el patio delantero y cortó el agua de la manguera, todo ante la atenta mirada del vagabundo. Luego le hizo una seña con la cabeza para invitarlo a pasar. El extraño pareció sorprendido, pero se recompuso rápidamente y caminó con entusiasmo hasta la casa.

Ya en el interior, su particular invitado se quitó los zapatos y comenzó a recorrer la sala de estar. Mientras caminaba rozó con la yema de los dedos cada contorno de las paredes, examinó con detención cada uno de los tablones del piso, y vio con desagrado el moderno televisor que colgaba en el rincón más alejado de la entrada.

Matías caminaba detrás del él a medida que recorría una a una las habitaciones, los baños y la cocina, todo en absoluto silencio. Se trataba de una casa colonial en un barrio antiguo de la capital. Por dentro conservaba un estilo anticuado y a la vez único, muebles modernos, pero adaptados a la estética del lugar, una simbiosis perfecta entre el pasado y el presente. Por fuera resultaba igualmente despampanante, con su enorme jardín de rosales, violetas y un enorme lilo que durante la primavera adornaba la residencia de un hermoso color púrpura. Matías cuidaba la casa desde hacía un año y, no pocas veces, vio a algunas personas tomarle fotografías. Por lo mismo no le parecía del todo descabellado que alguien se animase a pedirle entrar, el mismo, cuando la vio por primera vez, sintió la necesidad de ver qué misterios habitaban aquella residencia.

—Creo que con esto es suficiente— dijo el extraño— no quiero ponerme melancólico. Le agradezco que haga esto por mí. Ya debo irme. — agregó, mientras se acercaba a la entrada y se ponía los zapatos.

—No hay problema— Respondió Matías, un poco desconcertado. — ¿dice usted que vivió en esta casa?

— Así es, esta casa perteneció a mi familia durante décadas. Nos la quitaron cuando mi padre se negó a matar civiles…luego, en una noche de invierno, lo mataron a él y lo hicieron pasar como un suicidio. — El vagabundo comenzó a reírse airadamente, y así se mantuvo durante un rato, que a Matías le pareció una eternidad. Finalmente, el extraño suspiró hondo — Pese a todo, aquí pasé los mejores días de mi vida. —agregó ya recompuesto.

Matías bajó la mirada, intentando procesar lo que escuchaba.

—Me llamo Isaac, por cierto. No siempre fui el fracasado que está viendo, alguna vez quise ser astronauta. — dijo en tono nostálgico, mientras apuntaba hacía un cuadro que colgaba sobre una vieja chimenea en desuso. El cuadro mostraba la imagen del primer alunizaje y se podía ver a Neil Armstrong sosteniendo la bandera de Estados Unidos. Matías no pudo ocultar su impresión, pues era la primera vez que veía aquel retrato.

Se despidieron con un apretón de manos en el antejardín. Antes de marcharse Isaac agradeció nuevamente a Matías por su gentileza. Ambos sabían que no volverían a encontrarse.

Al entrar a la casa Matías tenía una sensación amarga. No sabía si su recién descubierta generosidad había ayudado realmente a Isaac o si, por el contrario, lo había hundido definitivamente en un abismo que solo aquel pobre vagabundo alcanzaba a comprender.

A la mañana siguiente despertó inquieto, temblaba de frío y le dolía la garganta. Semejante helada no tenía sentido en pleno mes de octubre, pensó. Caminó rápidamente hasta la cocina y se preparó un té caliente. Por primera vez reparó en un juego de tazas que se encontraba en la parte superior de la alacena. Parecía antiguo, como los que utilizan en las películas de época, muy llamativo. Le costaba creer no haberlo visto antes.

Decidió darse una ducha caliente y comer afuera para despejarse. Al salir a la calle sintió la calidez de una mañana primaveral, muy diferente al frío polar que sintió al despertar. Volvió casi al anochecer y, al abrir la puerta, retrocedió de la impresión al ver la mesa servida. Había tres puestos, pan fresco, palta, mermelada y agua recién hervida en las pequeñas tazas que vio por la mañana.

Matías tomó una raqueta de tenis que colgaba a un costado de la escalera, la cual juraría que no estaba allí antes. Guardó silencio un momento por si escuchaba ruidos, pero sólo podía oír el rugido de los automóviles que pasaban por fuera.  Recorrió cada rincón de la casa con detención, premunido aún de la raqueta, pero no encontró indicios de que alguien estuviese escondido. Al rato decidió llamar a la policía y narrarles detalladamente lo ocurrido. Les habló de la extraña visita que había recibido el día anterior. Les contó que aquel hombre se llamaba Isaac, aunque no conocía su apellido. Los policías dieron una vuelta rápida por la casa y, cuando no encontraron a nadie, se marcharon, no sin antes sugerirle que no deje entrar a más desconocidos. Matías, avergonzado, decidió que lo mejor sería irse a la cama. Aseguró todas las entradas y subió a su dormitorio.

La temperatura nuevamente descendió durante la noche y Matías durmió agitado. Tenía la sensación de que había otras personas en la casa, deambulando, hablando entre ellos. A ratos los sentía extremadamente cerca, pero él no podía abrir los ojos, tampoco podía moverse, mucho menos gritar. Luego tuvo una pesadilla en la que Isaac entraba a su dormitorio y lo acusaba de ser un asesino, para luego perseguirlo por toda la casa con un arma en la mano.

Despertó a mitad de la noche, tembloroso, aturdido por el frío. Al levantarse sintió crujir algo bajo sus pies. Cuando se agachó vio una pequeña figura de acción de un astronauta y decenas de juguetes desperdigados por toda la habitación. Se abrigó rápidamente y bajó las escaleras hasta el comedor. Encendió la luz y por poco se desmaya de la impresión. Todos los muebles eran distintos a los que habían antes de que se fuese a dormir, parecían más antiguos, sin embargo, estaban como nuevos. En las paredes colgaban fotografías familiares. En ellas se podía ver a dos adultos, posiblemente padre y madre, y un niño de no más de 10 años. El padre vestía uniforme militar, la madre un elegante vestido y el niño una camiseta con el logo de la NASA.

Matías ahogó un grito cuando un hombre adulto, el mismo de los retratos, salió de la cocina empuñando una pistola. Al verlo el hombre reaccionó con serenidad, como si lo estuviese esperando.

—Sabía que tarde o temprano enviarían a alguien a deshacerse de mí, pero yo no soy un asesino, y nunca lo seré— Dijo el militar.

Matías intentó responder, pero le costaba trabajo respirar. Intentaba convencerse de que todo era un sueño, después de todo, nada de lo que estaba ocurriendo tenía sentido.

—Tu tampoco pareces un asesino ¿sabes? — Continuó diciendo el hombre de la pistola.

Matías negó con la cabeza

—Permíteme hacerte un favor entonces, no dejaré que te ensucies las manos por mi culpa— dijo el hombre mientras quitaba el seguro del arma.

Antes de que Matías pudiese reaccionar, el soldado se llevó el arma a la boca y apretó el gatillo. El estruendo hizo que Matías cayera al suelo. Se quedó allí sentado, cubriéndose la cara, pellizcándose las mejillas. Un minuto después escuchó la voz de un niño bajando la escalera y llamando a su padre. Se puso de pie rápidamente y corrió hasta la puerta. Cuando salió a la calle no reconoció el barrio. Era una fría noche de invierno. Matías siguió corriendo.

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María Angélica San Martín Espinoza

Me encantó. Combina la realidad con la imaginación.
Tal vez habría que darle una segunda vuelta para los últimos párrafos.
A lo mejor, yo debo darle una segunda lectura.
Gracias Jotace por el envío.

María Angélica San Martín Espinoza

Lo leí de nuevo. Me encantó. Deja abierta la posibilidad de
variadas interpretacioness.

Quién era realmente Matías?
El verdugo.
Hay dos tiempos, el presente y el pasado.
Interesante relato.

María Angélica San Martín Espinoza

No dije nada nuevo en el último comentario.
Si se llama el regreso. Es la interpretación más plausible.

Iván Olguín

Muchas gracias por los comentarios.
Efectivamente, por ahí va la cosa.
Gracias!

Gabriel Rojas Iglesias

Excelente. Me cautivó. Pluma ágil, bien elaborada. Muy entretenido. Felicitaciones

Raúl Rojas Gaete

Buen relato. Me cautivó y tuve la necesidad de leerlo completamente. Eso sí, quedé con más dudas que certezas… quedé con ganas de saber más sobre los personajes.
Muy entretenido y ágil.
Felicitaciones al autor.

Lily

Me atrapó desde el inicio! Una síntesis descriptiva que permite visualizar toda la narración, y ese vuelco inesperado a la fantasía me atrapó aún más. Bravo!

Rosalinda Gómez Torrez

Verdaderamente creativo y sorprendente deja abierta la imaginación del lector@.
Nos traslada a llevar nuestra mente a una realidad quizás vivida o a un misterio. FELICITACIONES JC

Myriam Marcela Weinstein Oppenheimer

Me encantó. Un final inesperado y abierto que te deja llena de preguntas

Me encanto este pequeña obra literaria, muchas felicidades, yo también estoy escribiendo un libro oajala publicarlo aquí mismo, esta es sin duda la mejor mini obra literaria de misterios que he leido. FELICITACIONES JC

Alejandro Hispa

Interesante relato, que deja muchas ganas de algo más largo. Bien elaborado. Me agradó.

Natasha Valdes

Genial, realmente interesante , mantiene el interés en cada palabra. Deja opciones al lector par subentender otro mensaje. Hay mucho talento. Congrats.

carmen sarue

Me impresionó mucho ,la segunda lectura fue necesaria,rico lenguaje y muy cautivador relato.Bravo

Susana Buffelli

Cuento fantástico,bien narrado.
Una simbiosis entre pasado y presente.
Combina realidad e imaginación.Es verdad.En las casas antiguas se «huele» historia.
En este caso,la » historia» pasa a ser protagonista.
Muy bueno. Felicitaciones.

Orlando alarcon

Me tuvo tenso en todo momento .

RAFAEL GARCÉS R.

ES UN RELATO QUE IMPACTA Y SORPRENDE, TE MANTIENE ESPECTANTE. ¡FELICITACIONES IVÁN!!! DISFRUTÉ TU CUENTO.

NÉLIDA BAROS FRITIS.

Cuento el regreso. En mi modesta encuentro el relato muy bueno. La voz interior fue develando quien era el asesino cuando Matias hablaba de su mal carácter, de su desconfianza y que sus cercanos lo recriminaban por su negativismo. El dejar entrar a la casa que cuidaba a un hombre cuyas características despertaban desconfianza creía que se estaba redimiendo. No obstante su voz interior fue sacando su miedo por ser el mencionado como culpable de la muerte del soldado. Ahí sucedieron muchas cosas y estuvo frente a frente esperando la muerte por el soldado y este le respondía Yo no soy un asesino….

Donal

Interesante la Inserción que hace del tiempo en la Introducción del relato, se vuelve transitivo. No me gustó el uso de adjetivos poco usuales(premunido por armado?) para un lector desprevenido o poco entrenado.

María Alicia Ocegueda

Me encanta su manera de narrar Iván lo felicito. Es muy interesante su cuento desde el principio con ésa fantástica imaginación que tiene y sabe aplicarla a la perfección.

Teresa

Un relato muy expectante. Buenas narrativa y un final abierto a la imaginación. Me gustó mucho.

YARUBI

Guaooo que relato impresionante qué de con ganas de más lectura súper.excelente felicidades

Joaquín

La verdad que este cuento me dejó desconcertado, no me esperaba ese final y eso si te deja lleno de elucubraciones, sobre cual es el mensaje de fondo del autor hacia quienes lo leen. Me gusto

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