Historias de terror, por Iván Olguín

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Hoy le conté a Laura una de mis historias de terror.

Todo comenzó en la madrugada, cuando me desperté con el ruido de la televisión. Laura se estaba duchando con la puerta abierta y al parecer intentaba escuchar el noticiero desde el baño. Las noticias de la mañana siempre me han parecido especialmente deprimentes, repiten descaradamente los reportajes del día anterior y los intercalan con los muertos que hubo durante la noche. Autos chocados, patrullas, bolsas para cadáveres. En cualquier caso, podía apagar la televisión e iniciar una discusión, o simplemente esperar a que comience la sección deportiva, con suerte hablarían algo de deportes, para variar.

Una noticia en particular llamó mi atención, en ella mencionaban a Coyhaique y, quienes nacimos allí, sabemos que una ciudad pequeña no aparece en el noticiero a menos que se trate de alguna desgracia.

La nota hablaba de un grupo de antisociales que intentaron robar una tienda de electrónica y terminaron enfrentados en un tiroteo con Carabineros. Producto de la balacera resultó muerto uno de los asaltantes. En ese momento la pantalla mostró una fotografía del fallecido y el periodista pasó a leer su nombre. “Se trata de Marcelo Eduardo Ñancul Muñoz, también conocido como el Coto. Según relatan los vecinos, y de acuerdo con las indagaciones preliminares del OS9 de Carabineros, se trataba de un sujeto sumamente peligroso con un amplio prontuario policial”.

En ese momento Laura salía del baño y yo comencé a hurguetear por encima de mi velador, intentando encontrar mis anteojos. No recuerdo bien qué fue lo que Laura me dijo, pero sí su expresión de sorpresa cuando me vio, totalmente fuera de mí.

–¡Mataron al Coto!

–¿A quién? –

–¡Al Coto, Laura! ¡lo mataron! – Intenté subir el volumen de la televisión, pero ella me quitó el control remoto y comenzó a mascullar algo acerca de la puerta giratoria, los malditos delincuentes y los abogados. Nunca entenderé ese desprecio irracional hacia los abogados, sostener que la maldad se concentra en ciertas profesiones me parece de lo más arrogante.

En cualquier caso, en ese momento no pensé, y tampoco me importaba, que Laura no tuviese la menor idea de quién era el Coto. En algún punto de nuestras vidas todos comenzamos a omitir ciertas vivencias y, con un poco de suerte, las olvidamos. Yo no tengo esa suerte.

Al Coto lo conocí cuando yo tenía sólo diez años y él se acercaba a los quince. Siempre estaba acompañado de su hermano menor, que tenía dos años menos que yo. Su madre administraba “El Huemul”, uno de los tantos bares que había cerca de mi casa. En aquel entonces vivíamos de allegados en la casa de mi abuela y, a falta de tareas, mi única ocupación consistía en deambular por las calles del barrio en compañía de mis amigos. El Coto era uno de esos amigos. Tenía cierta fama de conflictivo y mi abuela no veía con buenos ojos nuestra amistad. Sin embargo, y pese a ser mayor, con nosotros siempre fue muy amable. Intentaba mantener un perfil bajo. La única vez que lo vi trenzarse a golpes fue para defenderme de un grupo de idiotas que me querían robar la bicicleta. Por un tiempo fuimos inseparables.

Durante las vacaciones de verano oscurecía cerca de las diez de la noche. Esto solía desorientar a mi madre que, involuntariamente, nos permitía jugar hasta cerca las once, cuando a ella misma la llamaba el sueño. En las pocas ocasiones en que eso ocurría, y si estábamos muy cansados para correr, nos reuníamos a contar historias de espíritus, monstruos o lo que sea que diese un poco de miedo.

Una de esas noches, lo recuerdo como si fuese ayer, éramos cerca de cinco niños los que quedábamos en la calle. Estábamos sentados en una pequeña escalinata que daba al portón de mi casa. Como de costumbre, fui yo el que propuso contar historias de terror.

Hablé de una ocasión en la cual me desvelé porque tenía el presentimiento de que un espíritu me acechaba y quería robarme el alma. Ese presentimiento me hizo mojar la cama, aunque esto último, por supuesto, no lo mencioné. En cambio, adorné la historia con una serie de elementos espeluznantes que daban credibilidad a mis habilidades premonitorias.

El Coto nunca fue muy dado a este tipo historias sobrenaturales y solía burlarse de nosotros por querer contarlas. Sin embargo, esa noche en particular, cuando mencioné aquello de los “presentimientos” se integró a la conversación inmediatamente y nos dijo que era su turno de hablar.

» Hace tres años –nos dijo– no vivíamos aquí. Mis padres se acababan de separar y mi madre se vino a vivir con su nueva pareja. –hizo un gesto hacia el bar– Tanto yo como mi hermano nos quedamos a cargo de mi papá, que vivía en un sector un poco apartado.

Una tarde llegué a mi casa corriendo, lo recuerdo porque jugaba la selección chilena. Mi hermano estaba haciendo su tarea y mi papá golpeaba la televisión intentando sintonizar el canal. Una vez que acabó con eso, decidió cocinar algo para comer durante el partido. Ganamos, eso también lo recuerdo porque mi papá estaba contento y quiso invitar algunos amigos a beber, pero nadie llegó. Jugamos a las cartas y vimos el resumen del partido varias veces. Nos reímos. Me dio a probar un trago de fernet. Fue una buena noche. Cuando mi hermano se quedó dormido sobre la mesa, mi padre nos mandó a dormir.

Me desperté cerca de la medianoche, no me sentía bien, pensé que podía ser por la comida, pero esto era distinto. Tenía el corazón acelerado. Me sentía raro. Si, la mejor definición para lo que sentía era esa, raro. Una vocecita en mi cabeza me decía ¡levántate!, pero yo no lograba entender para qué. Me convencí de que todo era culpa de ese trago de fernet y me obligué a dormir.

Ni bien logré conciliar el sueño cuando volví a despertar con la misma sensación, el mismo… presentimiento –el Coto alzó la vista y me miró a mí–. Esa vez, además, me pareció oír ruidos en el primer piso y decidí levantarme. Primero fui a la pieza de mi hermano para asegurarme de que estuviera bien. Lo encontré durmiendo profundamente. Lo único que hice fue cerrar la ventana. Era verano, pero hacía bastante frío. Volví a oír ruidos provenientes de la alacena, debajo de la escalera, así que bajé lentamente, provisto del mango de un hacha que utilizábamos para jugar al beisbol – en ese momento pasó una ambulancia y el Coto guardó silencio hasta que el ruido se alejó– Cuando encendí la luz vi a mi papá ahorcado, colgado de la barandilla de la escalera. Justo debajo de sus pies había una carta.

Yo me metí debajo de la mesa y me quedé allí un buen rato, pero luego pensé que mi hermano se podía despertar y bajar al primer piso. Corrí a la cocina y tomé un cuchillo carnicero para cortar el cable, porque el muy idiota se colgó con el cable de la plancha. No puede cortarlo. Una vez que me rendí, caminé hasta el teléfono y llamé a nuestra madre. Luego fui a la habitación de mi hermano, lo cubrí con una manta y salí a la calle. Nunca volvimos a entrar a ese lugar… nunca leímos esa carta»

Justo cuando el Coto terminaba su relato, mi abuela salió a llamarme. Intenté decirle que me esperara, pero volvió a decirme que entrara a la casa, esta vez con un tono amenazante. No me quedó otra alternativa que despedirme.

Jamás olvidaré que no vi a el Coto derramar ni una sola lágrima. Y que mientras nos contaba su historia me pareció que su voz sonaba más grave de lo normal, más firme que nunca. Tampoco olvidaré que yo sí llore. Lloré aterrorizado, muchas noches seguidas. Lloré tanto que mi madre me llevó al médico, al que no dije ni una sola palabra. Lloré de la misma forma que lo hice esta mañana, casi veinte años después, viendo una fotografía de mi amigo en el noticiero.

Me avergüenza decirlo, pero nuestra amistad duró lo mismo que mi estadía en la casa de mi abuela. Un día mi madre decidió que era momento de partir y eso hicimos.

Hoy he decidido volver a casa, ya está todo listo, maletas y pasaje. Laura no vendrá, eso se acabó. Estuve horas preguntándome si me acompañaría al funeral, cuando me di cuenta de que el problema está justamente en eso, en tener que preguntármelo. Espero algún día me perdone.

Dejo toda esta vida atrás, tal como dejé atrás al Coto. Lo que más lamento, sin duda, es que mi último recuerdo de él siempre será el de aquella noche, cuando me puse de pie y él se quedó allí sentado, junto a su hermanito. “Aún puedo ver su rostro allí arriba… su lengua…” escuché que decía, mientras yo cerraba la puerta.

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Patricia

Logra mantener la atención pero el desenlace es un poco raro.

Andrea

Que buena narración. El pasado que dejamos atrás y que si tenemos suerte podemos olvidar me deja pensando.

Lily

Una historia potente y bien escrita. Creíble. Felicidades.

Saskia

Maneja muy bien la tensión y el suspenso
Pero el final me parece débil!

Angelica

Me parece buen final, con el principio de la historia.

Mildred

Me gustó el relato. Maneja la tensión aunque el final pudo trabajarse un poco más

marco cerda

interesante, pero el final no me gustó… todo armaba para una gran historia y terminó en que, la abuela lo hechó para dentro…
me dejó con gusto a poco, si esa era la intencion lo logró…

Jorge Fernández

Es una historia bien escrita, con excepción de algunos temas de comas innecesarias. Como relato enmarcado cumple. Pero creo que pierde suspenso al intentar contar una historia de terror «que al protagonista le contaron». Si bien la parte de terror está bien lograda, siento que el inicio y final de la trama general no logra cuajar bien respecto a lo que ya el título sugiere al lector. Tal vez se deba a lo breve del relato. Saludos.

NÉLIDA BAROS FRITIS.

El cuento de terror plantea una historia interesante ,se puede analizar y una se da cuenta que debe reescribirse unas tres veces. Si lo abrevia y aprovecha fijar bien los puntos álgidos para provocar sorpresa, terror verdadero,ganará mucho. Faltan diálogos ,algunas características de los personajes, etc. Recomiendo pensar en rehacerlo considerando detalles.

Iván Olguín

El título del cuento tenía una intensión mas bien irónica, pero bueno, corresponde asumir la responsabilidad de que aveces no se logra transmitir como uno quisiera.
Gracias por los comentarios.

Mauricio A. Mancilla.

muy entretenido el relato, como siempre logras mantener interesado al lector con tu narración. bue trabajo Ivan.

Abelardo

Siempre me ha gustado el trabajo de Iván. Sus relatos se deslizan con facilidad, como mantequilla, vamos, y, a pesar de lo breves, son capaces de entregar una instantánea de los personajes, su temperamento, sus conflictos y su entorno. En este caso, me gustó mucho el sentido circular que le da a su relato de terror. A lo mejor, lo que faltó fue un poquito de terror, pero estoy seguro que este joven con cada relato va para mejor. Un abrazo, Iván, donde dios y el diablo guien tus pasos.

Juan Carlos Muñoz

Sí, buen relato. Interesante. Se nota que eres un buen contador de historias. La atmosfera bien lograda para una historia de terror. Pero la frase final, que escuchó al cerrar la puerta, no tiene referencia anteriormente. Eso me molesta y le quita credibilidad, creo que esa frase debía aparecer antes. Esto no quita que la historia es muy buena. Felicidades.

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