La tromba, por Iván Olguín

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Al terminar la reunión Pablo se apresuró en llegar a la cabaña, no tenía tiempo que perder. Cuando abrió la puerta Laura estaba esperándolo. La encontró sentada sobre su viejo baúl, hojeando “La Cándida Eréndira” mientras jugueteaba con un mechón de su cabello. En cuanto vio entrar a Pablo arqueó las cejas y volvió a concentrarse en la lectura, como si no existiese. Después de un rato se levantó de forma ceremoniosa y dejó el libro sobre la cama.

En la radio habían anunciado temporal y Pablo pensó que aquel pronóstico se quedaría corto. El viento rugía con fuerza y los vidrios de la habitación vibraban, dejando entrar pequeñas corrientes de aire que revoloteaban por la sala y removían los pocos papeles que había sobre el escritorio. Por la ventana se podían ver las ramas de los árboles sacudirse y contorsionarse, como burlándose del temporal y dejando en claro que nadie las arrancaría de su tierra.

Laura se paró junto a la chimenea.

– Estás molesta…– dijo Pablo mientras se sentaba en pequeña banca, al otro lado de la habitación y miraba el reloj que tenía en frente: “solo tengo 15 minutos”.

– No entiendo para qué inventas reglas que no vas a cumplir – Dijo Laura, haciendo un gesto hacia el libro. –

– Ahora que lo mencionas, supongo que ese es justamente el sentido, que yo pueda y tu no, Laura, ¿se puede saber qué haces aquí y por qué registras mis cosas? –

Ella acercó sus manos al fuego

– La gente está hablando Pablo… –

– No, tú estás hablando, y el resto te escucha. No has respondido mi pregunta– Dijo él. En ese momento le pareció ver luces a través de los visillos, caminó hacia la ventana y cerró rápidamente las cortinas. Laura no pareció percatarse de nada.

– Vine porque siempre nos has dicho que las decisiones del grupo están por sobre los caprichos de cualquiera de nosotros, incluido tú, necesitamos…–

–Creo que fui bastante claro allá afuera – la interrumpió Pablo – y no fue sólo mi decisión Laura, el resto estuvo de acuerdo.

–Aun así, somos varios los que creemos que nos estas alejando del camino–

–¡Quiénes! Dame nombres y hablaré con ellos– Pablo se dirigió a la puerta y tomó su chaqueta– Aprovecharé de preguntarles si ellos te autorizaron a hablar en su nombre. Ahora, si no te importa, tengo cosas que hacer – dijo, señalando la salida.

Podía sentir la rabia acumulándose en el interior de Laura, su mirada llena de resentimiento lo atravesó, escrutándolo de pie a cabeza, como si lo viese por primera vez y ahora fuese alguna clase de monstruo. Pablo contuvo la respiración, impávido. Ambos guardaron silencio. Por uno momento sólo se pudo oír el crepitar de las brasas en la chimenea.  Cuando Laura volvió a hablar, su voz sonaba decidida.

–Ya no te tengo miedo ¿sabes?… todos estos cambios, esta… compasión, me hubiese gustado verla hace un par de años, cuando llegué a este lugar. –

–Tu no llegaste aquí, yo te encontré. Y nunca he querido que me tengas miedo, eso es cosa tuya. ¡Ahora vete! – Pablo miró el reloj nuevamente: “diez minutos, ni un segundo más”

–¡No me moveré de aquí hasta que me digas que diablos te está pasando! – Gritó ella.

–A mí no me está pasando nada, eres tú y ese grupito de dementes los que están traspasando los límites, intento salvarlos de ustedes mismos, en el pueblo ya circulan rumores Laura–

Ella estaba roja de ira, Pablo creyó que se abalanzaría sobre él, pero en ese momento algo se estrelló contra el techo de la cabaña, como si la estuviesen apedreando. Pablo intentó no darle importancia, pero ella se acercó rápidamente a la ventana y corrió la cortina, intentando avistar algo en la oscuridad. Él se le acercó por la espalda y puso la mano sobre su hombro.

–El tiempo está empeorando Laura, deberías ir a descansar, aquí no te puedes quedar y lo sabes–

Ella se sacudió con fuerza y se alejó de la ventana. Por su expresión, Pablo supo que había acusado el golpe. Laura se acercó a la chimenea y tomó la chaqueta que había dejado sobre un antiguo cajón para la leña. Cuando llegó junto a la puerta se giró hacia Pablo.

–Aquí todos te respetan Pablo, pero no puedes pretender borrar con el codo lo que escribiste con la mano, no puedo aceptarlo. –

–Entonces soy yo el que debería tenerte miedo– le respondió el, abriendo la puerta.

Justo cuando Laura iba a cruzar el umbral, dos nuevos piedrazos cayeron sobre el techo. “Malditos imbéciles”, pensó Pablo. No alcanzó a decir nada, ella corrió hacia el escritorio, tomó la linterna y se dirigió a la entrada. Él le cerró el paso antes de que salga al corredor. Al principio Laura se mostró confundida, pero luego de un rato su expresión cambió a incredulidad.

–¿Qué hiciste?, ¡Pablo, por Dios! –

–¿Que qué hice yo?, fueron ustedes, ¡malditos idiotas! ¿de verdad pensaron que nadie se enteraría? Y encima tienes el descaro de venir…– Un rápido movimiento de Laura y de pronto Pablo se sintió mareado, toda la habitación daba vueltas alrededor de él. Antes de caer al suelo su cabeza se azotó contra el borde de la mesa y casi se arranca la lengua de un mordisco. Cuando golpeó el suelo pudo sentir el viento furioso que se colaba por la puerta. Se preguntó si moriría antes por el golpe o por el frío, dadas las circunstancias, ambas opciones le parecieron pacíficas.

Al poco rato despertó con la espalda apoyada contra la pared. Laura estaba sentada sobre la cama llorando, se cubría la cara con ambas manos y a sus pies la linterna ensangrentada parpadeaba. Pablo miró el reloj sobre la chimenea. Cuando ella alzó la vista vio que él había despertado. Se acercó a él con una botella de agua.

–Ten, bebe, ¿Puedes caminar? – preguntó.

–Eso creo– respondió Pablo. El sabor a sangre le inundaba la boca y tenía ganas de vomitar.

–¿Cuánto tiempo nos queda? –

–Cinco minutos, tal vez menos– dijo él, apuntando al reloj sobre el velador.

Laura ocupó lo que quedaba de agua para limpiarle la boca, luego lo ayudó a ponerse de pie y miró por la ventana.

–Iré contigo– dijo.

–Imposible– respondió Pablo firmemente, sin mirarla a los ojos. Ella lo abofeteó y se llevó las manos a la cabeza. Cuando finalmente se tranquilizó, Pablo vio en su rostro la sonrisa más triste que hubiese visto jamás, una sonrisa que nunca olvidaría.

–En el fondo necesitaba que me digas eso, supongo que aquí nos despedimos– Caminó hasta la cama y guardó entre sus ropas el libro que había estado hojeando minutos antes. Cuando Laura se marchó, Pablo supo que nunca la volvería a ver.

Al rato él también salió de la cabaña y se sentó en los escalones que daban a la entrada, ahora llovía torrencialmente y el viento le destrozaba los tímpanos. Entre la espesura volvió a ver aquellos destellos, lo estaban esperando. Respiró hondo, con la vista clavada en las luces que se acercaban, recogió tres piedras de un buen tamaño y se adentró en el bosque.

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Alejandro Herrera

me encanto

María Angélica San Martín Espinoza

Bueno, bueno, bueno.
Creo que llegó el clímax y, un final abierto para quien quiera terminarlo.
Díganme si estoy en lo cierto.?

jose perez

Creo que quedó abierto… Antes… Durante… Después….
Un relato para completar… Iniciar… O acompañar…..

Victor

Buen relato, aunque deja dudas sobre el desenlace futuro y por supuesto el final.

Maggie Ceppi

Un muy buen comienzo para atrapar la atención, me quedé con ansias de completar el cuento. Excelente!

Susana Buffelli

Buen relato.Me deja varios innterrogantes.
Más allá de los diálogos,las distintas situaciones, el núcleo no lo agarro.
Saludos

Guadalupe Corrales Cosmelli

No cabe duda que logró su cometido, me quedé con una enorme duda buscando una explicación…..
¡Felicitaciones!

Astrid

Me encanto

Ana M. Munster

Sí. Me atrapó. Pero quedan muchas interrogantes. Creo que ese fue el objetivo, que cada lector le dé el sentido a la narración y el desenlace que la imaginación de cada uno le quiera dar.
Excelente. Felicitaciones.🤔🤔🤔

Natasha Valdes

aún no sé de qué se trata, no veo el climax, ni el hilo de la historia, si es por los fenómenos de la naturaleza o por un conflicto interior, muy confuso

Marcelo Romero

No siempre los relatos van a tener un final que nos expliquen porque nos conducen allí, quedan abiertos a la imaginación del lector, hay que sentir el viaje al cual nos invitan a acompañarlos el autor, en algunos casos allí está la clave del texto y resulta más meritorio. Como en la película Thelma y Louis.

Max

Bien , pero demasiadas cosas sin decir … si bien es un recurso, resulta muy gratuito . Quizás para una escena de un cuento más largo …

Marcelo Romero

Excelente, sino el mejor relato que he leído en la página. Más que la historia misma, que me tuvo pendiente de ella hasta el final, fue la manera de narrarlo, sin ripios ni palabras rimbombantes, un texto limpio, que me hace sentenciar, que Iván, es un gran exponente del grupo de J C. Felicidades y te auguro un futuro promisorio, sigue así.

Marcelo Reinoso

Me pareció un texto inteligente, de buen ritmo y muy bien narrado. Saludos.

Laura Klappenbach

Me encantó que sea tan abierto sobre las circunstancias,y a la vez ,tan claras las emociones de los protagonistas.
Gracias!

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