Mariscos, por Jaime Venegas

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Para Doris el mar estaba dentro de ella, casi tanto como dentro de Jaime. Su nombre mismo, Doris, de oceánide, de hija de Océano, la predestinó a aquella pasión inclaudicable. Era un deseo que se le salía por sus ojos, teñidos con el mismo color ¿Qué era el mar para ellos? El mar era un gran césped, barrido por el viento, que nunca dejaba de estar, que siempre era el mar; uno mismo, inmutable hasta en sus desvelos.

La mejor manera que Doris y Jaime habían encontrado para compendiar concretamente ese amor de mar eran los mariscos, su carne en sus bocas. Pero no iban a sentarse a un blanco restaurante marino, a que se los sirvieran, ya cocinados, en una mesa con manteles y cubiertos.

Ellos, por el contrario, recogían su propia cosecha en los mercados y ferias libres. Jovencísimos, unos niños demasiado precoces, apenas sobreviviendo en la estrechez de los comienzos, y con una guagua llorona a la cola, se sumergían algunas noches, durante el invierno, en el mar recreado en su mesa, con cholgas y almejas, mariscales y caldillos, solo para refrescarse un poco, lo justo para soportar el paso del tiempo, hasta que de nuevo fuera verano, y el trabajo relajara un poco el cepo sobre Jaime. Después de ingerir el mar acariciaban de otra forma al hijo, con un amor nuevo, y tan llenos de amor estaban que casi indefectiblemente pasaban luego al banquete mutuo de sus cuerpos.

Cuando por fin llegaban a Cobquecura, su objetivo eran las rocas. Pero no rocas cualquiera, de esas que levantan polvo cuando una picota las perfora. Estas rocas de su gusto disparaban chorritos de agua al ser golpeadas, y unos vivientes rabiosamente rojos se movían, horrorizados, dentro de la piel oscura y rugosa. Se metían al mar, Jaime y Doris, sin pedir disculpas, unidos como las dos partes de un mismo escudo, protegiéndose el uno al otro, solo para cosechar aquellas rocas negruzcas. La guagua, al cuidado de alguien oportuno, solo dormía o lloraba. No era una vida aún, era solo un autómata, un muñeco mecánico.

-¡Piures, piures!, repetían Jaime y Doris, como obsesos, sacándolos de las rocas ellos mismos. Se colmaban de piures, con limón, con vino blanco, con vino tinto, con cebollas, con cilantro, en un plato, en un vaso, en una taza, en un jarro de lata, en la mano…Jaime y Doris dormían, amaban, y se bebían el jugo del mar desde la mañana a la otra mañana.

Eran días brillantes, concupiscentes, en esa gran soledad de la hoy mal llamada Rinconada. En ese tiempo, antes de los tiempos, el nombre del paraíso, el verdadero nombre era El Agujero del Puelche.

Se instalaba una tienda de lona, generalmente conseguida a un amigo. Sobre ella surgía una ramada, hecha con cuatro palos; servía de parapeto contra el sol, de cocina y comedor, de balcón donde dormir la siesta, de salón donde recibir las visitas, de sala cuna. Ese era un palacio, completo, infinito, bajo días brillantes, perfectos, y el mar lo moraba todo, el mar lo cuidaba todo.

¡Cómo no amar el mar!, ese jardinero esmeraldino, preciso, metódico. Él llenaba sus manos, hasta entonces vacías, con la sustancia blanca, invisible, que luego les duraba todo el año, ese maná de sueños que se llevaban a bordo de los ojos enrojecidos, oculto en las pieles enrojecidas.

Pero una vez, solo una, el Gran Padre se descuidó, fue más allá de la prudencia acordada con sus hijos.

Jaime entró primero a las olas, esa mañana luminosa, engañado, tal vez, por el reflejo rutilante de las algas. Prometían el tesoro helado de una peña completa y nueva de piures. -¡Piures, piures!, resonaba el color en su cabeza, y como un autómata entró, diablito en mano, hasta la boyante roca donde el aroma del inminente almuerzo lo convocaba.

-¡Ven!-le decían las lenguas rojas, el pasto negruzco, las correas verdosas de las algas. Como brazos lo llamaban, como bocas rojas le decían: ven, ¡atrápanos!.

Eran jóvenes, niños jugando a ser viejos. Él entró primero, forcejeó con los piures, ¡pero eran tantos, tantos y tan enormes! Había dado con una veta soñada. Las manos, y la malla, y el diablito, no alcanzaban no, y la marea subía, y pronto, muy pronto, el mar, juguetón, volvería a cubrir su jardín de delicias.

-¡Dora, Dora, Moreeee! -gritó, a la playa, donde ella lo miraba sin descanso. Sus ojos, los de Doris, se llenaban de él, vivían de él, de su cuerpo, de su actitud, de su lenta manera de decirle que la amaba. Lo entendió de inmediato, sus gestos, su llamada.

Él le pedía que fuera a su lado, una vez más, como tantas, ahora y después. Eran dos partes de un mismo escudo, entre ambos se protegían, incluso de la risa del mar. El mar estaba en paz, la guagua llorona por fin dormía, lejos, muy lejos de la rompiente. A esa distancia, el mar era solo el ronroneo de un pequeño gatito.

-¡Me necesita!-pensó ella- Le llevo la otra malla, le ayudo a sacar piures un rato… regresamos con dos mallas llenas. ¡Deben ser enormes esos piures, los de esa roca!- y el asombroso sabor imaginado cosquilleó en su boca, exprimiendo su saliva.

Miró la niña al niño que dormía, la reciente extensión de ella misma. Estaba bien, tranquilo, a salvo. Nadie venía por la playa. En ese paraíso de tres, la ansiedad y el miedo se habían quedado en la calle. La peña estaba cerca: podía ir allá segura de que el niño estaría bien.

Entró feliz en el refrigerador del océano, a donde ella, por vocación de nombre y alma pertenecía. Caminó cimbreante, aceptando el embate dulce del oleaje y la espuma subiendo por su cuerpo, su cuerpo dulce, de niña.

Llegó hasta su Jaime, hasta ese hombre que era toda una vida, y con un simple gesto, habitual, común, instantáneo, se puso a su lado, y entre ambos trabajaron el afloramiento de los piures. A cada instante, aún en ese éxtasis que no alcanzaba a nombrar en voz alta, que tenía más que ver con la parte invisible de su cuerpo, ella tenía sus ojos repartidos entre Jaime y la criatura, que seguía allí, en su cuna plomiza, durmiendo una siesta más, en brazos del suave viento nodriza.

Pero de pronto, de un momento a otro, el océano vino a abrazar a su hija terrestre. La mano del agua profunda surgió entre el parapeto de rocas, lanzando al par de mineros entusiastas hacia la arena. El golpe de la ola, de la ola tremenda, de la ola impaciente, que acariciar quería la piel bañada en sal de su Doris, se descargó excesiva, sin medida, con la exageración del mar cuando su pasión infinita visita la playa.

Jaime y Doris, sumergidos bajo la cabellera de la ola, supieron resurgir, porque eran criaturas marinas. Se reían, mientras expulsaban de sus bocas y de sus narices, el fluido amado de su padre.

Entonces miraron, para compartir su alegría niña con el otro niño, ese que era su apuesta más arriesgada. ¡Y no lo vieron, y no lo vieron…!

-¿Dónde está el niño?- gritaron, con un horror único. ¿Dónde? ¿Quién? ¿Cómo…? Sus preguntas barrían el aire; eran alaridos, pánicos, culpas, terror, pesadillas ¿Y si el niño, la criatura, el amor de sus amores de niños, el muñeco recién forjado, el mar, celoso, se los había quitado?

El frío del terror cortaba como un cuchillo, muy adentro del corazón, y la locura venía cabalgando encima de una palabra tan vieja y tan oscura, que ni siquiera toda la potencia del agua podría ya borrar de esa playa: muerte, lejanía infinita, dos universos aparecidos de pronto; en uno ellos, desolados, en el otro la criatura, desolada.

Y entonces lloró y gritó, el niño, cuando su secuestradora perdió un poco su pasión de irse mar adentro con ese ser diminuto, que envolvía en sus brazos espumosos.

-¡Ahí, ahí está!, alertó Jaime, que siempre sería recordado porque le surgían mil ojos y oídos, cuando era necesario.

Pero ahora era trabajo de ella, reservado a ella, correr infinitos, romper la barrera de las olas, el cepo verdeante y blanco, y llegar hasta la criatura.

Estuvo sobre el niño en dos segundos, o en tres; no medía ni corría ya el tiempo. El universo perdió esos segundos, en algún rincón, donde el amor es todopoderoso.

La criatura, andando los años, otra vez en el calor de los brazos de su madre, solo recordaría ese momento fugaz como el momento inicial de sus visiones de la vida, cuando dejó de ser una especie de juguete y fue, desde entonces, el hijo. Era, contaba siempre, como venir saliendo de una catarata, borrosa la vista, constipados los orificios, todo mudo, y entre el vidrio impreciso de los ojos empañados, ver corriendo hacia él el azul, el siempre azul traje de baño de su madre, cada vez más grande, más definido, y esa mano, mano grande, ¡mano enorme!, que lo tiró de nuevo hacia afuera, hacia el mundo, de vuelta a la vida, esa vida que le esperaba, junto a ellos, junto al mar. Mar, esa palabra que el niño recordaría, porque ellos, Jaime y Doris, la llevarían envuelta, consigo, envuelta para siempre en la palabra amar.

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R.R.

Palabras y frases poéticas fusionadas en un cuento. Felicitaciones al autor.

Myriam Marcela Weinstein Oppenheimer

Excelente. Me encantó. Me mantuvo cautiva y expectante hasta el final.

Liz

Excelente siento que me cautivo desde la parte como no amar el mar desde ahí fui toda nervios y espectante a cada frase, la intriga hacia el final me encanto.
Felicidades!
Alguien alérgica al piure feliz de leerlo tantas veces jajaja

Haydee

Es una historia de amor joven poética entretenida quizás hay algunas palabras que cuesta comprender y hay que releer
Felicitaciones al autor

Elena

Infinitamente hermoso

Guadalupe Corrales Cosmelli

Maravilloso
¡Qué alivio sentí cuando el niño fue salvado por su madre!
Y todo relatado como si uno estuviera meciéndose en el mar.

Carmen sarue

Oda al mar ..poetico y angustiante… bien escrito..bravo al escritor

Ana MAria

Linda historia, bien contada, menos mal que tuvo un final feliz.

Iris Ortiz

Está relatado con tanta pasión, con las descripciones exactas en esos bellos personajes.
Me encantó, felicidades.

Fabricio

Es muy bueno me gusto la trama

Patricia

Lindo relato, me mantuvo expectante y qué alivio el final

Max

Los juegos de Neptuno … tan dulce relato, lo pensé escrito por una mujer…

Isabel Volta Valencia

Hermoso relato, lleno de poesía y romance. Me encantó y lo leí viendo cada imagen allí descrita.

Marta Allanao

Hermosa descripción de lo que va ocurriendo, entretenido relato el cuál imagine todo el tiempo.Gracias por compartir

Elizabeth Orellana

Muy buen relato, como describe a la pareja y su hijo, como describe al mar y le da de cierta forma vos y carácter. De que manera este les hace un llamado de atención con respecto de su hijo, hay una muy buena interacción y una gran dinámica en el relato. Muy bien logrado.

Janis

Me gusto mucho, es muy poético y descriptivo. Felicidades!!

Julia

Excelente bocabulario y muy buen uso de las figuras narrativas.
Un tema tan antiguo como el mundo, tratado bajo la fresca mirada de un par de jóvenes
Lo mejor que he leído en este taller.
Felicidades

Gabriel Rojas Iglesias

Bello poema de amor descrito magistralmente en prosa. Metáforas y alegorías decoran sutiles frases. Fascinante. Trabaja muy bien el final Felicitaciones a su autora.

Maria de la luz

Me encantó. Felicitaciones!!!!

Maria Luisa Rojas Valenzuela

Un bellisimo relato!!!!! Hermosos cuadros del mar y su belleza. Fascinantes escenas de amor de la pareja por el mar. Un final bienvenido post la incertidumbre.
Felicitaciones.

Marisol Araya

Hermoso me encantó

Claudia flores

Me encanto el estilo del escritor!

Myriam

Me mantuvo interesada desde principio a fin. Me encanto cada detalle de lo que describe y que bueno que el final no fuera como lo imagine !! Felicitaciones !!

Myriam Becar

Una historia que me mantuvo interesada. Como describe cada detalle, con poesìa y pasiòn !!
Ufff, que alivio el final, me habìa imaginado lo peor !! Felicitaciones !!

Ana Álvarez

Estuve en el mar..sentí su frescura .su olor..su intensidad..excelente relato.

Margarita Ceppi

Amo el mar, viví cada momento y me angustié frente a un posible final dramático!

Francisco Antonio Bustos Ubeda

Es el relato pintoresco de una pareja de mariscadores que hacen de sus vidas junto al mar, su hogar permanente
Una verdadera oda de deidades mitológicas, que disfrutan sus enlaces cotidianos como danza de delfines.
Jaime Venegas desarrolla esta historia llena de simbolismo, y metáforas subliminales como cuando ¨ El llenaba sus manos, hasta entonces vacías, con sustancias blancas, invisibles, que luego les dura todo el año, ese maná de ensueños que se llevaban a bordo de los ojos enrojecidos¨ y en que Jaime consigue con frases en sentido figurado al filo del pleonasmo, que en sus protagonistas se oculte, su pasión exacerbada.
El quiebre repentino se produce, cuando en un momento inesperado, casi pierden el fruto de su amor, en un trueque por el celo pasional del mar que los cobija
Según mi criterio, Jaime narra su interesante historia, en una verdadera avalancha de sutiles ideas, que nos obliga a digerir y disfrutar muy lentamente,

Alejandro Hispa

Hermoso y bien elaborado relato que te toma y no te suelta hasta que concluye. Es un tema que con la habilidad de su autor podría transformarse en una bonita novela.

Jaime Venegas

Muchas gracias a todos por sus comentarios. Me llenan de alegría y de fuerza para persistir en estos hermosos caminos de la literatura. A veces es esta energía la única que nos permite seguir adelante

Sol Trevisán

Mi opinión va a ser como lectora…
Buena la idea original sobre la vida de estos enamorados del mar, pero encontré demasiado largo el cuento… a veces me perdía en el texto y tenía que releerlo para centrarme en la historia. Además, hay momentos que se usaron palabras poco comprensibles.

Alejandro Herrera

Concuerdo con su opinión, el cuento es muy hermosos aunque algo largo frente al contenido, el uso de figuras literarias esta muy bien logrado pero luego narrando los sucesos me hizo sentir un poco atontado. Fue como seguir un sueño donde resaltan las cosas lindas pero cuesta seguir la marcha de los sucesos.

JOSE E. CONTRERAS

Felicitaciones Jaime excelente trabajo literario, mis comentarios:
– comparto absolutamente las delicias del piure que también comí en Cobquecura
– una hermosa historia de amor y realidad, que es posible a cada instante y en cualquier lugar, quizás un tantin larga, pero igual entretenida.
– muy bien desarrollada con un lenguaje comprensible para todos, que me simula una montaña rusa, nos lleva desde la altura, cayendo y luego nos sube hasta el cielo, para volver a repetirlo una y otra vez.
– el «final feliz» le hace honor a todo lo antes dicho.

Francisco Gonzalez Alvarado

Me encantó el cuento… la tensión me atrapó y hasta sentí miedo… tuve que leer el final antes de terminar el cuento para saber que nada le había pasado al niño… wow aprendí lo que es la curva de tensión narrativa Excelente …

Michael Ancán

Espectacular relato..
Me tuvo tenso y ansioso a la vez..
Ya imaginaba mil finales, pero gracias al dios autor, que fue, un feliz final!!

nancy m caro

Me gustó . Solo que habría que sacarle algunas líneas para que no fuera tan largo y llegara luego al final.

Romi toro

El Mar siempre líneas para los escritos….Estas bonito,un poco largo,pero el siempre tiene historias…

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