Mi vecino me envidia, Por Jotacé Sánchez

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Sí, es verdad, yo lo golpeé. Le di una paliza a mi vecino en el antejardín de su casa. Me dijeron después que le partí la nariz y le arranqué un par de dientes. Una lástima, pero no me arrepiento. ¡Que quede claro! Jamás me ha temblado la mano al momento de corregir a ese tipo de gente y aquella tarde solo hice lo que tenía que hacer: ponerlo en su lugar. Al pan, pan; y al vino, vino.

Había estado vigilando sus movimientos desde la ventana de mi oficina, en el segundo piso. Lo vi caminar desde la verdulería hasta su casa, sonriendo y saludando a los vecinos del pasaje.  Cuando entró, bajé las escaleras, crucé la calle, toqué el timbre y esperé. Tres o cuatro niños jugaban a la pelota con su padre y, un poco más allá, una anciana barría las hojas amarillas de la acera. Mi vecino apareció de pronto en el antejardín y me saludó con una amabilidad estúpida, forzada. Apenas abrió la puerta le di el primer bofetón. ¡Hubieras visto su cara!

−¡Ahora te voy a educar, mamarracho! −le grité con voz atronadora y le lancé al pecho una tarjeta de visita que rezaba, en perfecta caligrafía: “Juan Sepúlveda, Terrorista”.

No me respondió de inmediato. Prefirió sobarse la mejilla porque el golpe fue rotundo. Después se agachó para recoger la tarjeta, la leyó con atención y cuando iba a contestarme… llegó Emilia.  Atravesó afligida el antejardín preguntando “qué pasa, Juan, qué pasa, por qué este hombre te grita”. No te imaginas lo que sentí cuando la vi ahí, en la casa de mi vecino, totalmente corrompida. ¡Pobre! ¡Pobre Emilia!  Se veía tan sucia y ridícula que no pude contenerme más y me lancé sobre él para molerlo a trompadas, entre geranios, cardenales y gritos.

No se trató de un arrebato, ya te lo he dicho, sino de un acto necesario y para que puedas comprenderlo, te contaré la historia desde el comienzo.

¿Ya te expliqué que este no es un buen barrio? Pues no lo es. En esta calle y la otra y la de más allá abundan las personas mediocres, grises, chatas, como mi vecino. Cómo está, señor, te saludan en la mañana, con la cara sonriente, fingiendo buenas maneras, pero en realidad quisieran meterte la mano al bolsillo, echar abajo la puerta de tu casa, conducir tu automóvil, cagar en tu baño y hasta echarse a dormir en tu colchón.

Solo una persona se había ganado mi afecto en ese vecindario: Emilia, la dueña de la verdulería de la esquina. Y es que ella era distinta a los demás. Callada como una mula, servicial, humilde y consciente de su posición. ¿Te imaginas el impacto que debió haber experimentado Emilia cuando me vio entrar por primera vez a su verdulería? Por supuesto que no estaba acostumbrada a ver en su local a una persona como yo. Después de pagarle en efectivo un kilo de papas y tres zanahorias, le ofrecí una reverencia tan elegante que la descolocó. Pude notar el desconcierto en su mirada, tras los gruesos cristales de sus anteojos.  Luego le extendí mi tarjeta de visita, en donde se destacaba mi nombre en una cartulina color violáceo y un poco más abajo, la palabra “economista”.

− ¡Economista! −exclamó ella al leer la tarjeta.

−Su nuevo vecino y, desde ahora, su servidor −agregué acompañando esas palabras con un guiño tan deliciosamente masculino, que le arrancó una risotada seca y profunda.

Desde esa ocasión cada vez que yo iba a comprar a la verdulería sentía la mirada anhelante de Emilia. Pero ella disimulaba muy bien su deseo, reprimía sus impulsos con mucha elegancia y eso a mí me atraía más y más. Me pasé muchas tardes observándola a la distancia, desde la ventana de mi oficina en el segundo piso.

Pero esta, lamentablemente, no es una historia de amor.

Aquel domingo que golpeé a mi vecino, un poco antes, ocurrió un hecho inaceptable. Cerca de las dos de la tarde (hora en que Emilia finalizaba su jornada laboral), me encontraba yo en la verdulería, perfumado y bien vestido como siempre, escogiendo los ingredientes para una cazuela. Luego de preguntarle a Emilia el precio de una mata de cilantro, me las arreglé para comparar el suave gustillo que este deja en la cazuela, con su delicada presencia en ese barrio. El rubor coloreó sus mejillas y ello me dio valor para atreverme a más.

-¿Le gusta a usted el chimichurri, Emilita? -le pregunté muy seriamente-. ¿Sabía que no hay chimichurri verdadero si no se le incorpora el cilantro bien picado? Aunque se realice la mezcla con la variedad más atiborrada de especias (comino, albahaca, pimentón, orégano o lo que fuese) la clave de su sabor inconfundible es el cilantro.

Ella me observaba silenciosa, seguramente asustada por el efecto lujurioso que le inducía mi voz.

-Yo soy ese chimichurri, Emilia -le dije casi en susurros – yo soy un simple economista-chimichurri adornado con las más exquisitas cualidades. Apetecible. Delicioso, si usted quiere. Pero nunca estaré completo si no me acompaña usted, mi bella mata de cilantro.

Y en ese momento, en ese preciso instante oí a mis espaldas la aflautada voz de mi vecino que sugirió con sarcasmo:

 -¡No se olvide del ají!

Emilia se llevó una mano a la boca para contener esa risotada nerviosa que la asaltaba cuando se sentía expuesta.

-¿Ají, dice usted? -le respondí iracundo- ¿Ají, si he oído bien? Sepa usted, señor Sepúlveda, que el uso del ají es propio del pebre o del chancho en piedra, no del chimichurri.

Y mi vecino rio. Se rio en mi cara y me dijo algo así como que no me molestara, que seguramente a mí también me gustaba el ají y que Emilita preparaba unos deliciosos ajíes rellenos que yo debería probar alguna vez. ¡Eso me dijo! Y usó una familiaridad tan improcedente al referirse a Emilia, tan descortés, que no pude siquiera articular palabra.

-Hola Juan. ¿Vienes a ayudarme a cerrar el local? -zanjó por fin Emilia, tan sabia y delicada, como queriendo decirme que no me preocupara, que no me rebajara ante un sujeto que no me llegaba a los talones, que volviera al otro día para continuar con mi declaración porque ella también me deseaba, sí, me deseaba tanto.

Me despedí de Emilia, le ofrecí un soberano desprecio a mi vecino y salí de la verdulería. No me llevé a casa ni las papas ni el zapallo ni el cilantro, solo un sentimiento de indignación e injusticia. Como aquel que te embarga cuando alguien se salta la fila o se sube al transporte sin pagar el pasaje.

¡Eso no podía quedar así! Debía actuar por el bien del barrio. ¿Acaso los demás vecinos no lo notaban? ¿No se daban cuenta de que ese truhan se la pasaba todas las tardes metiéndole conversación a Emilita en su verdulería? ¿Acaso no sabían ellos tan bien, como yo, que no podía haber ninguna posibilidad de que Emilia se fijara en Juan Sepúlveda?

El bien social necesita orden, pensé mientras subía al segundo piso de mi casa.  Me acomodé en el sillón de mi escritorio y me asomé a la ventana para vigilar la esquina en donde Emilia y Juan guardaban las canastas de frutas y verduras. Recorté una cartulina violácea en rectángulos pequeños y escribí en uno de ellos: “Juan Sepúlveda, Don Nadie”. Sí, era un don nadie y se veía tan grotesco cargando los canastos, haciéndose el galán con lo poco que tenía para ofrecer, que incluso llegué a creer que estaba viviendo un sueño en que el mundo se había puesto patas arriba. Escribí de nuevo, en otro rectángulo de cartulina: “Juan Sepúlveda, Delincuente”. Porque se estaba saltando las reglas del juego, porque no era natural que fuera él y no yo quien estuviera bajando las cortinas de la verdulería, colocando los candados mientras Emilia esperaba paciente a su lado. Yo era el chimichurri, ¿te das cuenta? Yo había trabajado para ser un chimichurri, me lo había ganado. Señora cilantro, exclamé con el corazón a punto de salírseme por la boca, despídete pronto y aléjate de él… pero no se despidió. Juan Sepúlveda la tomó del brazo, le dijo algo al oído, rieron al unísono y emprendieron juntos camino por el pasaje, a vista y paciencia de todos los vecinos.

Lo demás ya lo sabes. Cuando entraron a la casa, escribí en la cartulina “Terrorista”, bajé cooriendo la escalera, atravesé la calle, toqué el timbre y me lancé encima de él.

No sé cuánto tardaron en separarnos. Solo recuerdo oír la voz desesperada de Emilia pidiendo ayuda: que por favor alguien hiciera algo, vecinos, que llegaran rápido, que lo iba a matar. Me levantaron entre varios, me obligaron a alejarme y a permanecer sentado en la acera mientras llegara la policía. Insolentes. No opuse resistencia ni les dije nada, porque una persona como yo no le debe explicaciones a ese tipo de gente ¿no es cierto?

Después de arreglarme el cabello y la ropa, le di una última mirada a Emilia como despidiéndome de ella. Se veía tan poca cosa abrazada a Juan Sepúlveda, besándole la frente y susurrándole entre lágrimas que estuviera tranquilo, amor, que ya vendría la ambulancia.

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Leticia

Muy buen relato ágil, entretenido, situación de vida que algun día escuché ocurrió, escondido por ahí un llamado de conducta social, me gustó mucho.
Felicitaciones JC

Rolo

Esperaba que apareciera en tu relato que te paso con la policía. Porque este relato es parte de la prepotencia diaria en donde el fanfarrón tiene además tribuna para fanfarronear sin castigo alguno. Te estoy vigilando desde mi casa y quedo con las ganas de ir a darte un par de trompadas pero mi amante me sujeta.

Leticia

Muy buen relato ágil, entretenido,situación de vida que algun día escuché ocurrió, escondido por ahí un llamado de conducta social,me gustó mucho.
Felicitaciones JC

Oscar Santana

Si me gustó el relato. Es sencillo, crea espectativa.
Pero al final deja al lector imaginar si Emilia era pareja formal de Juan o no, al ser así, el protagonista es sólo un intruso que desea interponerse en aquella relación.

Gabriel Rojas Iglesias

Excelente JC. Muy ágil, dinámico e invita a no detener la lectura. Haces gala de una serie de recursos y estilo que hacen vivir la historia casi introduciéndose en ella. Un gran abrazo JC. Gabriel

Milena Marty

Me dejó súper sorprendida el final y con un sentimiento de pena por el protagonista porque Emilia no le dijo nada de que ella ya tenía pareja siendo que desde el principio el prota ya estaba empezando a coquetiarle, y sobre Juan la verdad no hizo nada como para que el prota tenga ese pensamiento de el, creo que se fijó más en como eran los demás en si alrededor y pensó que el era igual, fue un malentendido desde el principio.
Me gusta el relato me dejó con dudas, como por ejemplo como se llamaba el prota cuántos años tiene, porque depende de la edad es de como te vez, y también pq vive en un vecindario si se podría decir malo, siendo que trabaja. Eso sería me gustaría una segunda parte para ver cómo supera esto el prota (además creo que ganó una nueva experiencia porque no solo te puedes lanzar a una chic@ sin saber si está comprometid@) y si al final si consigue ser feliz.

Oscar Mellado Norambuena.

J.C. Sánchez, gracias por la gentileza de enviarme este tu ameno trabajo literario. Atrapa para continuar y llegar al final de su lectura. (Pienso que eso es importante en todo relato, tanto como lo es una buena conversación). Saludos y atento a tus próximos envíos. O.M.N.

María Angélica San Martín

Interesante el relato. Como a partir de una mirada del contexto social y, de su individualidad, el personaje principal construye una historia o, se imagina la concreción de un deseo, que le genera un conflicto con la dama en cuestión y su acompañante que, lo lleva a sanjarlo, con una actitud matonezca y violencia explícita.

Veronica Ramos

Me encanto, me tubo todo el rato en ascuas, esperando el desenlace,
tal vez le agregaría una ultima frase para reafirmar el orgullo
«ella se lo pierde no mas de disfrutar de este rico chimichuri»
u otra de picado ;»se ven tal para cual , ella no me merecía »
Gracias por considerar mi opinión , me agrada mucho hacerlo

Sandra

La violencia, la discriminación, el maltrato; no son temas de mi agrado, pero el cuento me entretuvo y lo leí hasta el final. Esperando otro desenlace.

Mariana

¡¡¡Está super!!! Me entretuvo de principio a fin. Felicitaciones.

Manuel Leopoldo Rivera

Muy bien estructurado el relato. Entretenido y deja en claro el concepto de In extrema res . ( comenzar desde el desenlace)

Oliverio Ojeda Orozco

Amigo, con todo respeto, tu relato corto y la forma como argumentas el cuento no es lo suficiente. Por ejemplo cuando dices que la señora barre las hojas amarillas, no haces referencia a los arboles. y otros actos del personaje principal no lo describes para contextualizar mas la obra.
disculpame que sea tan fuerte.

Iván Olguín

Hola JC!, que gusto leer algo tuyo después de tanto tiempo.
Me parece que el relato en términos generales está muy bueno. Aplaudo la fluidez en la narración y en los diálogos. Además hiciste un muy buen trabajo a la hora presentar a tu protagonista, su arrogancia y su machismo, todo eso a través de su propia voz, aunque sin ser evidente. Gran trabajo.
Tal vez el elemento que más ruido me causó, fue que el desenlace, específicamente las palabras de Emilia, se me hicieron algo predecibles, y eso es culpa de lo bien trabajado que está el protagonista, que claramente tenía una visión sesgada de la realidad.
De todas formas, envidiable tu capacidad de no desviarte del tema del cuento :’)
Gracias por compartir!

Laura Moncada

Genial Jotacé! Es un relato muy ágil, divertido, ingenioso….Los tres personajes están muy bien delineados,, y se complementan muy bien. Es entretenido y es impecable párrafo a párrafo. Gracias por compartirlo por lo mucho que se puede aprender de él! Felicitaciones y un abrazo. Laura

Natasha Valdes

Chispeante, inesperado, gracioso, entretenido. Crea complicidad ya sea para el narrador, la pobre Emilia, o el golpeado Juan Sepúlveda. Eché de menos tus relatos. Brillante como siempre

Selma Jashes

Me encantó JC!!
Encontré muy entretenido el cuento y el protagonista muy bien construído. Pude imaginarlo y también proyectar su personalidad en otros ámbitos…me quedó clarito. Nada estuvo de más; me mantuvo enganchada de principio a fin

Julio Maldonado

Hola Jotace, buen relato, está presente el conflicto narrativo y la tensión, aparece un final sorpresivo con el sentimiento de emilia, los celos traicionan al protagonista quien se muestra totalmente equivocado y la simpatía inicial con el que uno siente se transforma en rechazo y antipatía, no me queda claro quien es el antagonista si el vecino o el mismo protagonista.
Saludos

Irene

Hola JC, me encantó. El fanfarrón se convence a sí mismo que es correspondido. Me entretuvo hasta el final, claramente nunca depuso su condición de sentirse superior hasta de su mismísima ‘amada». Lo encontré ágil, dinámico y muy entretenido. Saludos

Francisco Antonio Bustos Úbeda

No es habitual que pupilos critiquen al maestro, pero en esta oportunidad es el Maestro que nos invita a que conozcamos y comentemos su relato en el breve cuento ¨Mi vecino me envidia ¨
Cuando se lee una vez y luego otra, sorprendentemente, en el transcurso del relato, el sujeto principal se desdobla en torno a Emilia, que es el personaje deseado , sabia y delicada ,callada, servicial, humilde y consiente de su posición
Juan Sepúlveda, apuesto, imponente y Economista, pero su inconsciente ( su vecino contiguo) lo reconoce y retrata como inseguro de sí mismo que se siente atormentado por los celos que le afligen y mortifican por su inseguridad y timidez y desea fervientemente romper y aniquilar ese paradigma y conquistar a Emilia y está dispuesto a todo para destruir a su adversario
Si lo logra, significará que la golpiza nunca ocurrirá y solo fue fruto de mente atormentada por la pasión
Interesante relato lleno de enigmas pasionales
Gracias JC por la invitación

Susana garrido

Ja ja Maestro usted nunca decepciona. Una lectura fácil y divertida desde el punto de vista del sociopata narrador. Felicitaciones Maestro.

Cecilia

Me mantuvo atenta el relato, me gustó. En la vida, por circunstancias diversas, he conocido más de un «chimichurri», pero esa denominación que le da el autor me parece graciosa, creativa.

Viviana Murillo

Muy bueno. Los 3 personajes muy bien logrados. Claro que me quedó la duda si la golpiza existió o solo fue fruto de la imaginación del protagonista. Liviano, fácil de entender. Se lee de un tirón y se disfruta a concho.

Steg

Es un buen trabajo…
No es necesario hacer tanto análisis de los personajes para darse cuenta de cómo son cada uno, bastó una leve descripción del protagonista, situación además que explica; al de seguridad (policía), al principio de la historia, dando detalles del espacio y de como es la gente del barrio.
Me llama la atención su coquetería, es que él no sabía de manera certera que ella ya ocupaba un lugar con alguien, sea o no un galán.
Si no lo sabía, error.
Si intuía algo, pues no debió arriesgarse….
El protagonista me produjo gracia, en el buen sentido, desde su punto de vista, creer que el merecía cosas por el simple hecho de q
Creer que cumple con los protocolos, sociales, y de amoríos y entró otros. Se cita a sí mismo como una salsa que es buen acompañamiento en cualquier comida. Un «chimichurri»
Lo cual le hizo creer que «debía» ganar todo lo que quisiera.
Hemos visto en lo real, en nuestra sociedad la violencia verbal (que creo que eso desató al protagonistas, la falta de cortesía y el segundo sentido que le da y hace desmerecer a Emilia departe de su propia supuesta pareja, cuando hace mención que si le gusta el ají, haciendo entender que lo picante también era bueno)
Violencia física, donde después las parejas se «arreglan» y va quedando impune.
En fin es un hecho sin duda que sale de cierto modo de las manos del que realmente «sabía los códigos de la etiqueta social», ya que él había trabajado para lograr ser aquello.
Lo más certero era responder con buenos términos y hacerse a un lado para evitar tal desajuste y problemas judiciales…
Lo peor de todo que la decepción para él fue más grande (la cita a ella como «poca cosa» al lado de él)

Juan Carlos Muñoz

Nada qué decir pues. Relato entretenido, bien contado, buen nudo, buen final. Gracias J.C.
Felicidades.

Aldo Pirella

Me recordó «La Conjura De Los Necios». Genial, me reí mucho!

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