Delirium Tremens, por Ignacio Alvarado

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Después de dos días seguidos deambulando por la ciudad, René por fin llegó a la puerta de su hogar. Introdujo su temblorosa mano en el bolsillo y sacó un manojo de llaves. Con su tacto buscó la más grande. Cuando la encontró, intentó insertarla en la cerradura pero fracasó, lo intentó cinco veces más y nada, fastidiado se apoyó con su otra mano (igual de temblorosa) para direccionar la llave; en su segundo intento, lo logró. Al entrar, le punzaron los ojos e inmediatamente apagó la luz. La luna aclaraba el interior de su hogar. Se dirigió hacia la cocina en busca de fósforos y un candelabro; los encontró y al décimo fósforo pudo encender la vela. Con una toalla secó su sudor y sangre; le habían propinado una golpiza en la tarde. Dentro del tiempo que llevaba bebiendo todo lo que encontraba a su paso, y sobreviviendo sólo con la pensión que le había heredado su padre, lo habían desterrado de todas las cantinas, bares y antros de la ciudad. En todos ellos discutió y peleó con cantineros que, a su juicio, eran unos tacaños por no aceptar fiarle. Todos sabían quién era, que nunca pagaba, que se tomaba todo su dinero y que había perdido el respeto de todos sus amigos. Por primera vez en tantos años llevaba dos días sin beber. Ya no le quedaba lugar alguno al que ir, no le quedaba otra opción, tenía que ir en busca de su último recurso.

¡Tengo sed! ¡Tengo mucha sed! Tambaleando, fue en busca del último de los cientos de Concha y Toro que había dejado pacientemente añejando su padre. Ese esfuerzo a él, ya no le importaba… Sujetó el vino con una de sus manos; con la otra, agarró el descorchador que tomó junto al vino, apuntó al corcho y con fuerza lo presionó. Hubo un chirrido de vidrio y su mano se deslizó por la botella, tuvo la sensación de estar penetrando carne, intentó jalar y el corcho no salió, intentó de nuevo, sentía una presión extraña, inusual. El aparato entraba y salía como cuchillo en mantequilla, pero sin corcho a la vista. Sintió hilos de gotas húmedas y calientes deslizándose alrededor de sus brazos, pensó en sudor. Cambió de mano y repitió el proceso un par de veces más, el descorchador se hundía fácilmente, él giraba y nada salía, y cada vez que lo hacía sentía un ardor punzante en sus muñecas, “debe ser el cansancio que me aqueja”, pensó. Agitó sus brazos e impaciente cambió su estrategia, apretó la botella entre sus muslos y con sus dos manos guió el instrumento, esta vez, sintió que el corcho cedía, realizó un par de giros y se convenció de haber escuchado el singular sonido. Se cercioró metiendo uno de sus dedos al interior de la botella para sentir el brebaje; vio la yema de su dedo y estaba roja, la saboreó y sintió hierro, no había dulzor  “¿Qué extraño?”, pensó. Dejó el descorchador sobre la mesa. Se sentó. Tomó una copa. Levantó la botella y la inclinó levemente para llenarla, el vino no cayó ¿Pero cómo es esto posible? La inclinó aún más y el vino tampoco cayó, le tomó el peso al recipiente, metió otra vez sus dedos por la boca de la botella y sintió el líquido ¿Qué significa esto? ¡Si está llena! Volcó la botella hasta su boca y ninguna gota tocó su lengua, ¡No entiendo nada! Confundido, dejó el vino sobre la mesa frente a él. Aquí estamos tú y yo ¿Por qué me haces esto? ¡Mírame! Se tocó sus labios agrietados por la deshidratación. Lo sé amiga mía, quizás, esto me lo merezco. Pero no puedo volver atrás, ya no nos podemos divorciar. ¿Qué quieres que te diga para seducirte y que me dejes probarte una vez más? ¿Una poesía?… ¡Ya sé!

“Oh dulce y amargo rojo vino.
Agua pura de la uva.
Dulce filantropía roja que descansa en mis labios.
Nunca serás efímera para un paladar”

Triunfante, tomó la copa otra vez y la llevó hasta su boca, y de ella nada salió. Desesperado la agitó sin encontrar ningún resultado. ¿Qué quieres maldita? ¡Abandoné a mi mujer y mis hijos por ti! ¿y me haces esto? Deseé con toda mi alma que mi padre muriera para tener su herencia y estar contigo ¿Y tú, me haces esto?… ¡Ja! ¿Qué porque estoy contigo? Ya ni recuerdo cuándo fue la primera vez que nos encontramos, ni el porqué, solo recuerdo haberme enamorado profundamente. Pero, ¿no es evidente? En ti descanso, en ti me olvido, en ti soy el vago recuerdo de un ser despreciable ¡Ese ser que tú ves aquí y ahora!

Está haciendo frío, siento mucho frío, dame un poco de tu calor por favor. Se pasó el antebrazo por su frente para secarse el sudor. En el proceso sintió un extraño aroma a hierro “es el metal del descorchador”, pensó. Tomó el candelabro y sintió el mango húmedo. Dificultosamente se paró de su asiento y buscó una manta para abrigarse, la encontró y se volvió a sentar. Su respiración se volvió más lenta y su piel comenzó a adquirir un tono más pálido. Estoy cansado, ¡tengo sed! ¡Tengo mucha sed! ¡Por favor dame un poco!… Comenzó a llorar ¿Qué quieres de mí? ¡Por favor dímelo! ¡Lo he dado todo por ti!… Está bien ¿una confesión?… ¡Yo lo maté! Cuando enfermó, le di más morfina de la prescrita ¡La muerte de mi padre no fue natural! Fue porque tenía sed, ¡maldita botella de mierda! Enfurecido se levantó de la silla, tomó la botella y la azotó violentamente contra la mesa “¡Púdrete!”, gritó. Observó cómo los pequeños cristales enrojecidos caían en el piso, y como un viscoso líquido carmesí inundaba su sala de estar. Contempló la escena ¡Qué hermosa imagen!… Tengo frío, tengo sed. Su corazón comenzó a latir más despacio. Quiero un poco de eso… ¡Gracias! ¡Infinitas gracias! René se desplomó en el suelo y comenzó a dar lengüetazos haciéndose pequeños cortes en la superficie de su lengua. ¿Por qué sabe a metal? ¿Dónde está el dulzor? René miró hacia el rededor y vislumbró los restos de una botella vacía en una superficie ausente de vino.

Miró sus manos y brazos ensangrentados, sus muñecas perforadas y su rostro reflejado en cada partícula de cristal. Cerró los ojos y dejó de respirar.

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