Hora de Cenar
Gustavo Espinosa
Arica
¿Qué brilló en la hoja del cuchillo cocinero esa noche?, ¿el fluorescente de la cocina o la luz de la luna llena que lo espiaba por la ventana? Cuánto hubiera querido ser rescatado del simulacro de su vida por la fría realidad del acero, por su dureza metálica.
Nunca le habían gustado los cuchillos, le parecía tan rara la normalidad con que su mujer ponía a la mesa un arma tan letal, con su capacidad filosa de cortar, hendir, cercenar. Razones tenía para estar siempre pendiente de pasarlos con el filo hacia adentro, de dejarlos escurriendo con la punta hacia abajo luego de lavarlos; o mejor, de secarlos y guardarlos de inmediato, inhibiendo su potencial catastrófico.
Sufría al pasar con ellos a la espalda de su mujer por el estrecho pasillo de la cocina. Su mente jugaba con una pérdida momentånea de la conciencia, de un minuto asesino. Claro, no se trataba de un pensamiento voluntario; la idea solo venía, aunque no quisiera. Pero sabía reprimir su imaginación, como siempre, como cada vez que fantaseaba escapando de esa casa, del hastío que él mismo se provocaba.
Pero esta vez algo fue diferente; tal vez, la posición tan altiva de su mujer preparando las albóndigas; o la forma en que sin darse cuenta tomó el cuchillo por el mango; o un brillo metálico que prometía libertad.
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