Infierno, por Pablo Ayala

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La miro, solo la miro. Me acerco, seguramente confundido con las sombras que cubren mi alma oscura y mi silueta acechante. La odio de verdad, profundamente. Cuando pienso en ella, mis pulmones expresan su odio mutilando mi respiración, mi corazón profundamente perturbado por la ira busca caminos de salida entre los nervios de  mi boca. Mis manos filosas y expectantes buscan su minuto glorioso. Sí, cuánto deseo dañarte. No sabes cuánto.

Ella cree estar segura. Duerme frente a la chimenea, de espaldas a mí, ignorante de mi presencia. Como siempre, ignorándome. Veremos ahora si podrás ignorarme.

Me decido, avanzo lentamente. Con cada minucioso paso  recuerdo tus agresiones, palabras con punta, verbos usados como latigazos junto a tus miradas frías y distantes. Te gustaba eso vieja de mierda. Te gustaba sentirte superior. Hoy tu superioridad se va al carajo. Estás a dos metros de mi liberación, dos metros de mi éxtasis vital.

 ¿Y eso? Ese cuadro sobre la chimenea es nuevo. No está mal, un ángel que me mira. Se ve como realista, es realmente hermoso, diría que hasta me genera calma.

Guardián enmarcado, quisiera que seas mi protector. Si fueses mi ángel seguro no habría pasado por todo lo que pasé. ¡Uf! Sí, seguro, todo seria distinto. En fin, debo continuar.

Bien, llegó la hora. En realidad tu hora. No te voy a pedir que te prepares porque así no funciona esto.

No, no, no… no te gires, no me hables, no te muevas. Si me miras te temo.

-¿Qué haces con esa piedra, mierda? Ándate a dormir -me gritas con tu bramido conocido.

-Es pa ti…

Te ataco con fuerza devolviéndote tus golpes y vejaciones. Veo cómo se te acaba el aire mientras siento las miradas inquisidoras del ángel. El fuego de la chimenea me aplaude.

Escucho tus gemidos, tus insultos. Te miro y estás muerta. Yaces sobre un costado del sillón. Pero es raro, te escucho, aún me insultas. ¡Cállate! ¿Por qué sigues si ya no estás? ¿O quedaste grabada en mí para siempre? Debo mutilar todo lo tuyo, incluso si soy tú… Bien, bien, calma, lo puedo resolver.

¿Dónde es que guardas las balas y el arma? El ángel me indica el lugar y el fuego me dice: allá. Claro, ¿cómo no se me ocurrió? En el mueble, tu mueble.

La pólvora ya esta en el fierro mientras me dices:

-¡Matate huevón! ¡Escoria!

Maldita. Si estas en mí debes morir.

La pistola en mi boca antecede al disparo. Tus voces callan junto a las mías. La chimenea con su fuego me recibe. El ángel… no era mi ángel.

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