Los lugareños me advirtieron que no me metiera con este tipo porque me usaría solo por placer sexual. Sin embargo, era justo lo que venía buscando para celebrar mis años de rogar por un poco de satisfacción.
Desde que recuerdo en mi temprana juventud siempre fui lujuriosa, me gustaba imaginar más de lo debido y tampoco me hacía tanto de rogar frente a desconocidos, accedía rápido a cualquier aventura carnal sin tanto trámite. Todo bien hasta que me casé y viví 11 años de sexo flojo, monótono y carente de cualquier detalle que se considerara digno de disfrutar. Así las cosas, preparé este viaje para celebrar, quemar etapas, reencontrarme conmigo misma y por supuesto tener alguna aventura que me permitiera volver a ser la que fui en gloria y majestad, retomando aquellas costumbres ya lejanas de disfrutar del contacto físico hasta perder el pudor. Con ese pensamiento dando vueltas en mi cabeza, armé las maletas y me vine a San Pedro a disfrutar de la pachamama y las estrellas, esperando más sentirlas que verlas, por cierto. Abrí una aplicación de citas que me recomendó mi mejor amiga y empecé el bendito juego de los likes, los matches y a usar mi imaginación a tope, /hasta que apareció esta especie de hippie-intelectual-científico que se dedicaba a revisar mediciones astronómicas desde los principales telescopios del sector. Nos pusimos de acuerdo y me fue a buscar a la posada tipo 20:00 horas para disfrutar de las estrellas y cenar a la luz de las velas. En papel todo parecía romántico e ideal, pero en mi mente solo podía imaginarme desnuda teniendo sexo desenfrenado como no lo había tenido en años, o sea las películas triple x se proyectaban en mi cabeza como si fuera un perfecto rotativo del cine Nilo de aquellos años. Las dueñas del hostal lo ubicaban y me dieron varios consejos, pero mi cabeza era incapaz de escuchar y solo daba vueltas el deseo de consumar pronto. Era más guapo que en las fotos, alto y muy delgado, con barba un tanto descuidada y una sonrisa perfecta. Nos subimos a su jeep y nos adentramos en una especie de dunas que quedaban cerca de mi alojamiento. Conversamos trivialidades, riéndonos un poco de la situación y tratando de pensar que no se trataba de un psicópata que me podría enterrar literalmente en cualquier rincón de este desolado lugar, o por lo menos trató de convencerme de aquello. Llegamos a su ubicación, una micro adaptada como casa, neumáticos a la intemperie que simulaban una mesa con sillas y uno que otro adorno le daban un toque un tanto improvisado, pero con estilo. A lo lejos se escuchaba música tribal y cuencos tibetanos que parecían atrapar en cada gong el sonido del deseo que se sentía en el ambiente. Cuando el vino acabó y la conversación se tornó un tanto monótona, bastó una sola mirada para pararnos y saber que había sido suficiente de estrellas, entonces nos dirigimos a esta micro acondicionada con todo para ser un hogar…solo que más que hogar parecía el lugar perfecto para fornicar cómodamente en medio del desierto.
Siempre me gustó quedar desnuda antes que la otra persona y que me observaran directamente un breve lapso con mirada lasciva. Me hacía sentir hermosa y erótica. Fue exactamente lo que hizo, tomando cada trapo de mi ropa de manera enérgica y sensual, se podía sentir que cada contacto que hacía con su mano en mi piel se convertía en golpes de calor, que me erizaban los pelos y hacía que la humedad interna de mi vulva escurriera como un grifo que no paraba de funcionar. Su miembro era enorme y digo esto con sorpresa ya que nunca había visto un tamaño parecido a eso, lo cual me provocó un poco de susto debo decirlo al no saber si mi cavidad iba a ser capaz de contener tamaña estructura. No pensé mucho solo me dejé llevar por este hombre que parecía experto moviéndome y posicionándome como que fuera un objeto digno de penetrar. En mi cabeza solo podía pensar en lo loca e insólita que era la situación y mi cuerpo solo estaba expectante a cuál sería el próximo paso . A pesar del nervio inicial me relajé hasta el punto de entregarme y dejarme atrapar por estas ganas de ser explorada, por este desborde de sensaciones que me provocaban devorar cada movimiento para no dejar que el momento se fuera con tanta rapidez. “Qué lindo este proceso de la masturbación que casi no recordaba” – me dije a mi misma. Dedos traviesos modificando mi ph y engrosando el tamaño de mi sexo, volviéndolo más hinchado hasta prepararlo para la visita. Pero antes, el sagrado “cunnilingus” que para mí era como el preámbulo perfecto para recibir con hospitalidad este órgano tan maravillosamente erecto. Lo observaba hacia abajo pensando en mi interior que tenerlo ahí significaba el poder femenino en todo su esplendor, atrapando a este hombre y sometiéndolo al sabor de mi entrepierna, casi literalmente a mis pies, devorando cada parte de mi cuerpo salado. Fácilmente el bendito orgasmo me pilló tan preparada que sentí de lejos como los cuencos tibetanos de la música de fondo sonaban con mayor rapidez, dirigiendo el compás de mi electricidad por toda la espina dorsal, desembocando en mi garganta en un grito que espontáneamente salió. Luego de eso ya era un cuerpo entregado, pidiendo que hiciera todo lo que se le ocurriera y yo ahí tratando de aguantar tanta gimnasia sexual que por muchos años me tenía tan fuera de ritmo.
La noche pasó rápido, una maratón del deseo que me volvió al encuentro de esta diosa erótica que en algún momento fui. Fue energía a la vena que me alejó de mis solitarios ritos de la automastubación y me reconcilió con el acto de respirar el ambiente húmedo y oloroso de otro ser tan excitado como yo .
De vuelta al hostal no podía parar de sonreír. Nos dimos las gracias y despedimos como amigos de la vida. Solo podía pensar en el enorme bien que este hombre le hacía a la sociedad midiendo las estrellas, observando los astros, reciclando y principalmente cogiéndose mujeres solitarias que solo buscaban el reencuentro con el placer, listas para degustar al mundo ahora más seguras de sus capacidades amatorias.
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