Gritos desesperados en el frío y oscuridad del desierto. Manos que se agarran unas con otras se sueltan y en desesperados intentos por asirse nuevamente rasgan la piel. Miedo, terror.
Llantos de niños buscando a sus padres, quebrazón de huesos y cuerpos que se desgarran como cuando se rasga una tela. Vísceras que caen acuosamente en la arena y aullidos de dolor que se van silenciando en la oscuridad del desierto.
-¿Cuántos?
-22 Prefecto, al menos los que pudimos armar, 4 niños – respondió el detective.
-Mierda – resopló con una muestra de dolor e indignación el Prefecto Ortiz.
Ernesto Ortiz, hombre corpulento de mediana edad, que ha dedicado toda su carrera profesional al fiel cumplimiento de sus labores en la Prefectura de Extranjería y Policía Internacional, organismo dependiente de la Jefatura Nacional de Migraciones y Policía Internacional de la PDI, estaba angustiado y desecho. Sus superiores en Santiago querían respuestas, soluciones y él con los recursos que tenía no sabía cómo dárselos.
Sentado ahora en su escritorio redacta el informe de lo que ha ocurrido en la zona a su cargo los últimos 2 meses, a la vez que presenta su renuncia. Hace dos años dejó un cómodo y tranquilo puesto de escritorio en las oficinas de Extranjería Nacional en Santiago para tomar el ofrecimiento de hacerse cargo de la Prefectura de Extranjería y Policía Internacional de Arica y Parinacota, precisamente una o si no la más controvertida e importante del país, dado el enorme flujo de turistas y migrantes y sobretodo, por el trabajo en equipo con las unidades antinarcóticos de la PDI y las unidades anti coyotes que se encargaban del cada vez más creciente tráfico de personas desde países vecinos que buscaban en Chile las promesas de un falso paraíso. Pensaba que en el norte podría olvidar, dejar atrás el cruento accidente que le arrebató a su amada y empezar de cero, después de todo él también tenía el derecho de migrar.
El primer evento fue hace 2 meses, en aquella oportunidad los cuerpos desmembrados y regados en una superficie de 200m2 correspondían a 15 personas, 9 hombres y 6 mujeres, dos de ellos niños. Los cuerpos fueron encontrados a pocos metros de la Quebrada de Escritos, a escasos kilómetros de la frontera con Perú, zona de 89 campos minados en 1978 de los cuales actualmente solo han sido desminados 81. El veredicto fue claro, minas antipersonales. El segundo evento fue semanas después, una patrulla fronteriza de carabineros diezmada por completo, el vehículo intacto sólo el parabrisas arrancado por una especie de punzón o ganzúa de gran tamaño, los cuerpos de un joven sargento y dos cabos desmembrados en un radio de 50 metros, solo se encontraron 4 piernas y dos cabezas, los torsos agujereados y los músculos y vísceras arrancados. La teoría de las minas se caía ante el vehículo intacto.
La ocurrencia de este segundo evento desencadenó que Ortiz y su par de Carabineros, el Coronel Valencia, informaran en conjunto a sus autoridades en Santiago lo sucedido, la instrucción de vuelta fue mantenerlo en secreto, en Santiago se encargarían de comunicar y solicitar a las unidades del ejército activar inmediatamente las operaciones de despeje de las minas antipersonales que aún siguen en la zona. Las bajas policiales del segundo evento se justificarían ante la opinión publica como resultado de un confuso enfrentamiento fronterizo con una mafia de coyotes, los restos se entregarían familiares en urnas selladas. Las bajas extranjeras del primer y tercer evento serían enterradas en una fosa común en el cementerio local de Arica.
-Prefecto, ¿ordenamos también examen forense? – interrumpió de sus pensamientos el joven detective que informaba a Ortiz de este nuevo evento.
-Sí, pero a nadie una palabra, que el informe llegue directamente a mí, entendido.
-Así será Prefecto – respondió solemnemente retirándose de la oficina.
El Prefecto Ortiz se sentó en su silla apesumbrado y abrió con parsimonia el cajón del pequeño mueble a su derecha, tomó unos papeles amarillos en cuya parte inferior se distinguía el timbre de la unidad de Medicina Forense de la PDI, leyó las breves líneas finales concluyentes, dobló los papeles y los regresó al cajón. Vibró su celular.
Segundo Valencia, Coronel de la 4ta Comisaría de Chacalluta llamó inmediatamente al Prefecto de Extranjería al saber de lo ocurrido, hombre fiel a la institución y a la patria, oriundo de Antofagasta y miembro de una larga línea sanguínea de oficiales de Carabineros, tenía como único fin encontrar y desmantelar a la red de coyotes que operaba en la frontera y que cobardemente dejaba a la deriva a los migrantes que buscaban llegar a Arica. Pensaba en las victimas de los eventos, “los migrantes y sus muchachos que, por azares del destino, habían cruzado su andar con las minas antipersonales y encontrado ese horrendo fin, sin duda eso no habría pasado de no existir estos desalmados, estas bestias que trafican y se enriquecen con los sueños de personas, hijos de Dios en desgracia”, recordaba que le comentó por teléfono aquella tarde.
-¡Ernesto, tienes que venir a la comisaría, atrapamos a uno de esos malditos! – dijo el Coronel
-¿A quién tienes Segundo? – respondió el Prefecto Ortiz
-¡Se llama Manuel Choque, boliviano, dirigente aymará, niega todo, pero lo pillamos en su camioneta con 6 venezolanos en el pick up, ninguno tenía papeles, todos negaron que le habían pagado, pero sabemos que estos bastardos es lo primero que les dicen que deben responder por si los atrapan, tienes que interrogarlo Ernesto, nosotros ya lo hicimos de todas las maneras, tú sabes, y no quiso hablar, te toca! – culminó el Coronel Valencia olvidando los rangos.
-¡Voy enseguida! – respondió el Prefecto cortando la llamada.
Abrió el cajón del mueble a su derecha y tomó los papeles amarillos y los guardó en su bolsillo.
-¡Por fin llegaste Ernesto, este huevón está hablando puras mierdas, algo de unos dioses que bajan de las montañas, parece que a los muchachos se les pasó la mano con los garrotes en la cabeza! – indicó el Coronel Valencia encendiendo un cigarro eléctrico.
-¡Déjame solo con el! – respondió Ortiz.
Manuel Choque presentaba moretones y rasgos de tortura evidentes, sentado en la silla se había orinado y defecado producto de las descargas eléctricas aplicadas, babeaba, no sería fácil mantener una comunicación con él.
-
¡Manuel, escucha, no te haré daño, sólo quiero escucharte, dime que es lo que pasa en la frontera! – preguntó el Prefecto Ortiz.