Está solo, rodeado de cajas y muebles cubiertos y a medio embalar. En la mesa sólo una botella de vino y una copa a medio beber. Junto a la puerta lo espera una maleta con sus imprescindibles. Mientras espera el transporte que lo llevará al inicio de una nueva etapa, recorre una vez más el loft que albergó por años sus ilusiones y su esfuerzo. La mirada se detiene en el sofá. Se acerca a ella, no quiere despedirse. No quiero dejarte querida. Contigo escribí mis primeros sueños. Tú tenías escondidas todas las palabras que yo quería gritar al mundo.
Se acerca y la mira con ternura. Fue su compañera desde los 17 años. Hoy, a sus 34, reconoce que ninguna pudo reemplazarla. La empieza a desvestir con emoción y lentitud, el cierre se atora. Sus dedos nerviosos quieren descubrirla rápido, su respiración se agita, entrecierra la mirada y finalmente el cierre afloja quedando a la vista sus formas redondeadas y perfectas para él. Sus lunares lo esperan. Su tamaño se ajusta al ancho de sus hombros, al largo de sus brazos. La recorre con lentitud apenas tocándola con sus yemas. Un escalofrío le estalla desde la espalda hasta los glúteos. Su mirada recorre cada una de las marcas que tan bien conoce. Deja que sus manos la reconozcan y sus dedos la presionan. Ella responde con suaves gemidos que él disfruta con una sonrisa envuelta de poesía y locura. Se acomoda frente a ella que, con ahogados quejidos responde a las manos cada vez más galopantes y ansiosas. Su mente y su cuerpo se ahoga de frases y emociones: dolor, pesar, nostalgia, deseos, ensueños, miedos y esperanzas. Su frente se cubre de un ligero sudor, su respiración agitada va al compás de sus dedos en una explosión de emociones. La magia del punto y de la G. Ella responde sumisa y precisa, como antes. Como siempre. Escribe sin papel una carta de despedida de una vida entera. Con tu risa de campana acabamos al mismo tiempo de escribir nuestra última historia juntos.
Se detiene a observarla unos instantes antes de levantarse. No puedo llevarte conmigo querida; forjaste mis inicios, me diste la fuerza, la compañía, la confianza. Pero no puede ser. Esta es la última vez que estamos juntos, mi vieja amiga.
El cierre ayuda esta vez y la viste cuidadosamente, con afecto, con ternura, con la certeza que no la volverá a tocar nunca más. El timbre le avisa que llegó su Uber. Apura su copa de vino y la deja abandonada en el sofá. La mira por última vez y susurra su nombre: mi Olympia…
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