Mi sangre
Benjamín Díaz Painecura
Wallmapu
“¿Señora necesita ayuda, le empaco sus cosas?” y el “no, no gracias” “no, yo me las arreglo” surge sin esperar. Francisco mira por enésima vez el wasap de su madre: “hijo, las cosas acá en el sur siguen igual de malas, tu Tata agoniza” Entonces, él solo piensa en viajar.
Estando allí, apoyado en la pared, mira como tantas veces los afiches en el fondo del supermercado. “¿Será posible?” Se refriega los ojos y afina la vista. “Puta madre, podría viajar esta misma noche al sur”. No lo piensa 2 veces y sale disparado hacia el hospital. Corre, se abre paso entre la gente. Se detiene solo para tomar aire bajo la sombra de un gran abedul en esa calle gris. Se afirma en él, respira hondo. Se calma y mientras acaricia la corteza fresca y rugosa del árbol siente que algo se activa en su memoria.
Vuelve a tomar aire y sigue a toda carrera en medio del ruido incesante de la ciudad. Se sienta, se quita el sudor y espera. Por altavoz retumba su nombre “Francisco Huenumán”. Se incorpora e ingresa. Arremanga su camisa y recibe el primer pinchazo. Lucha por no desvanecer. Pasa un rato. Decide seguir. Corre por calle Santa Rosa a su segundo destino. Repite, esta vez, en el otro brazo. Queda menos. Sube, entonces, por Avenida El Salvador, entra y hace la fila. “¿Francisco Huenumán? Su turno”. Al cabo de cuatro horas, exhausto, cuenta su plata y decide ir por sus cosas.
Cruza nuevamente media ciudad. Necesita descansar y lo hace en el mismo árbol que le cobijó rato atrás. Siente que sus piernas no le sostienen. Se desorienta. Es casi de noche y no conoce a esos transeúntes. Los ve venir, ojos extraviados y sonrisas maliciosas, uno de ellos apretando algo así como un desatornillador. Los tiene casi encima, Francisco saca fuerzas, trepa ágil por las ramas del viejo abedul, siente nuevamente la textura fresca y rugosa en sus manos. Recuerda la primera vez que subió a un árbol igual de grande allá en el campo de su abuelo. Sigue trepando. Varios billetes vuelan. El miedo se mezcla con sus deseos de volar. Piensa en su abuelo, lo ve subir, ascender por los aires como si fuera un pájaro. De pronto, sin más, el foco de una luz parpadeante le invade los ojos y una voz que cree reconocer interroga sin ningún entusiasmo “¿Alguien es pariente de Francisco Huenumán?”.
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