Raquelita, por Mariana Ampuero

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Despertó temprano. Era uno de esos días en que uno se siente bien, contento, optimista, a veces sin tener motivo. Pero Néstor Cárcamo si lo tenía. Se vistió apresuradamente y luego corrió a la estación de metro. Las ansias de llegar rápido a las oficinas de correos, hacían que el viaje resultara interminable.

El recinto, a esa hora de la mañana, estaba casi vacío; pronto estuvo frente al empleado preguntando por su encomienda. Éste, verificó el número de trámite, salió por una puerta lateral, regresando con la ansiada caja.

 Luego, en su casa, presuroso abrió el paquete en cuyo costado se leía: “Remitente Dr. Kurt Weber, Manaos, Brasil.

Juntos eran un buen equipo; él, con su recién estrenado título de antropólogo, había sido colaborador imprescindible del doctor, participando en importantes expediciones y éste en recompensa por sus servicios, le había enviado lo que él anhelaba.

Lo que tanto esperaba estaba ahí y era suyo. Extrajo con cuidado la cabeza jibarizada de una mujer de edad indefinible, que aún conservaba sus rasgos autóctonos.

Los ojos cerrados, hundidos, sin pestañas; la nariz y boca prominentes, como hocico, cerrada por una costura y en las orejas, aros de plumas, que hacían de esa cabeza algo grotesco, pero no le importaba, le pertenecía y ocuparía un lugar importante entre los numerosos objetos coleccionados en sus viajes. Por ser mujer, la llamó Raquelita.

“Jasper”, su gato, se acercó, olió la cabeza, arqueó el lomo, se le erizaron los pelos, bufó y se alejó rápidamente.

Con delicadeza, Néstor, la depositó en la vitrina, cerrando las puertas, mientras le decía: – ¡Por fin eres mía, Raquelita! Te amo.

Por las noches, acostumbraba a leer mientras regaloneaba al gato. En esa oportunidad, luego de apagar la luz, no pudo conciliar el sueño; sentía cierta inquietud inexplicable; se sobresaltó al oír el gong del reloj de péndulo que resonó en el silencio de la noche, encendió la lámpara y bajó las escaleras. Prendió las luces de la sala, dirigiéndose al antiguo reloj, extrañado, pues había dejado de funcionar hacía unos 25 años, aunque no intentó buscar explicación a lo que parecía un fenómeno raro. Cuando subía las escaleras, a sus espaldas, Raquelita tenía otro gesto, apenas perceptible, en su boca suturada… una leve sonrisa.

Otro día de trabajo en el Instituto de Investigación. Luego, la lectura, que casi siempre acompañaba el descanso y el consabido regaloneo a “Jasper”. Esa noche de pleno verano, la temperatura era de unos 25°, extremadamente calurosa, que algunas veces impide el buen descanso. Sería la 01:00 de la madrugada, cuando de pronto escuchó el inconfundible ruido del arranque de la caldera y en apenas segundos, la temperatura subió a 35°, 40°, 45°… Sudando, bajó casi corriendo, para accionar el botón de apagado; luego, a la cocina por un vaso de agua bien helada. Si hubiese estado atento, al pasar frente a la vitrina, con solo una mirada fugaz, se hubiera percatado que Raquelita no estaba en el lugar que le había destinado.

No era su intención compartir estos hechos con sus colegas, excepto con Nadia Carmona, antropóloga con quien tenía una gran amistad y a la que, por falta de valor nunca había confesado su amor; temía el rechazo. La muchacha, solo pudo decirle que dejara de trabajar tanto y dedicara más tiempo al descanso, a su persona, a sus afectos. Esa noche, ella le propuso ir al cine y luego a beber algo en un pequeño bar. Estos dos hechos, le confirmaron que Nadia, le correspondía. Regresó feliz. Mientras imprimía la selfie que se habían tomado, le hablaba a Raquelita:

-Raquelita, mi niña querida, tengo que contarte algo: ¡estoy enamorado! – decía, al tiempo que colocaba la fotografía en un marco y lo dejaba sobre la mesita de centro. En la foto, aparecía él sonriendo y Nadia, dándole un beso en la mejilla. Néstor, no advirtió el rictus de molestia de la boca de Raquelita.

Cerca de la madrugada, entre sueños, creyó oír ruidos de vidrios quebrados. Más tarde, cuando bajó, encontró el marco en el suelo, roto y la fotografía, rasguñada.

-“Jasper”, ¡mira lo que hiciste! ¡Te he dicho que no te subas a la mesa! Bueno, por lo menos, tiene arreglo… ¡Ah! ¿Y ahora quieres un cariñito? ¡Qué fresco eres! Ya, ven, sube – el gato, saltó a sus brazos, Néstor, lo acarició, bajándolo al piso – Me tengo que ir. Chao, pórtate bien.

Era viernes y solía compartir unas copas con otros científicos, razón por la cual el regreso a casa era un poco más tarde. Al abrir la puerta y encender las luces, algo lo paralizó, su gatito regalón se encontraba despanzurrado en la sala. Sangre y entrañas desparramadas sobre la alfombra. Parecía como si una feroz bestia lo hubiese atacado.

-¡Jasper! – gritó, casi al borde del llanto – ¡Oh, Dios! ¿Qué pasó aquí?… Jasper, mi gatito… ¿Cómo pudo pasar esto? Todas las ventanas están cerradas… No entiendo… Jasper, mi pequeño…

Después de un rato en que estuvo arrodillado junto al cadáver de su mascota, recompuso todo, limpió, sacó la alfombra al patio y piadosamente, a pesar de la hora, enterró al gato en el jardín.

Al acostarse, sentía una inquietud indescifrable, angustia, tristeza, rabia y…miedo, sí, miedo, como nunca lo había sentido; un sudor frío le recorría la espalda, oía sus latidos, le dolía la cabeza, sentía las sienes como si fueran a explotar, la boca seca… Pero… era absurdo. ¿Miedo de qué? ¿A quién temía?, ¿Qué o quién le había hecho tanto daño a su gatito? ¿Habría algo en casa, que él ignoraba y era la causa de todo lo que hasta ahora había ocurrido? Trataba de alejar, de su mente, esas preguntas tontas, porque él, siempre buscaba una explicación desde la ciencia. Finalmente, el cansancio trajo consigo el sueño, aunque no fue reparador.

Sábado y domingo, estuvo donde Nadia, quería olvidar en la medida de lo posible lo acontecido y qué mejor que dos días junto a su amada. El lunes, decidieron que irían a casa de Néstor, pero antes, pasaron al barcito del primer encuentro. Estaba lloviendo, era una refrescante lluvia de verano. Él estaba feliz, se acordó de esa memorable escena de “Cantando bajo la lluvia”; quiso emular a Gene Kelly y comenzó a bailar, haciendo reír a la joven.

Al llegar, inmediatamente subieron las escaleras. Iban abrazados, besándose, riendo. Néstor no miró la vitrina; de haberlo hecho, habría notado que la cabeza jibarizada de su querida Raquelita, ya no tenía los ojos cerrados ni la boca cocida y su rostro reflejaba ira contenida.

Al cabo de unas horas, todo estaba en silencio. Sonó el viejo reloj de péndulo, marcaba una hora imprecisa; un sonido gutural de baja intensidad se escuchó en la sala, luego en las escaleras, mientras a contraluz, se podía ver que subía una difusa silueta femenina, desnuda, donde el único distintivo eran un par de aros de plumas colgando de las orejas; después, la puerta del dormitorio es abierta suavemente. Más tarde, todo es silencio y oscuridad.

Al despertar, Néstor ve que Nadia no está y en su lugar hay manchas de sangre. Asustado, corre al baño y no la encuentra; observa que las manchas están en todos los peldaños de las escaleras; rápidamente baja siguiendo el camino trazado por la sangre. Se detiene frente a la vitrina y emite un alarido espeluznante, desmayándose. En el lugar donde estaba Raquelita, se ubica la cabeza de la muchacha.

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Blanca Inés Gálvez Rivera

Marianilla, excelente relato. Muy bien hilvanado, me envolvió el tema en cuestión y quería dejar de leer y necesitaba llegar hasta el final. Ahora no quiero ir a dormir. Bueno, muy bueno. Felicitaciones

Maria Angelica Giner A.

Marianita, no podia creer, que este macabro relato lo hubiera escrito la dulce Marianita, pensaba no terminar de ĺeerlo, pero queria saber cuando Nestor descubriria a la malvada, me quede con las ganas. Fue realmente un cuento de terror, muy imaginaria , te felicito. Digno de una peĺicula.

Micol Herrera

Me quedé imaginando que la cabeza de Raquelita ahora estaba en el cuerpo de Nadia…
Felicitaciones Mariana muy buen relato de terror!

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