Tú, eres un vaquero americano; tú, una astronauta; tú, un ruso afligido; tú, un griego heroico; tú, una guerrera amazona; tú, un guerrillero; tú, una femme fatale; tú, una noble reina; tú, un fantasma; Tú, un monstruo; Tú, un extraterrestre; Tú, un asesino, y tú una víctima. Tú te sientes enojado, tú amargada, tú feliz, tú iracundo, tú poderosa, tú excitado, tú avergonzado, tú ansiosa…
Tú, debes seguir el camino del héroe; tú, el camino del villano; tú, debes rescatar a alguien o algo para provocar valentía o suspenso; tú, debes matar a alguien para provocar terror y locura; tú, debes amar para mostrar humanidad; tú, debes suicidarte para dar un buen final.
Tú deseas ser libre, ya te diste cuenta de la farsa, ahora molesto y confundido caes en el absurdo. ¿Qué soy? Te preguntas. Te das cuenta que eres una invención, un ser sin sentido y dotado de sentido para un tercero. Deseas ser algo. Te das cuenta que estás condenado a ser un Sísifo como lo son todos los demás. Intuyes que estás sujeto al destino impuesto por el designio y capricho de un Dios que trazo a trazo, te viste de significado a cambio de éxito y aprobación. Te das cuenta que él determina lo que eres, lo que sientes y lo que deseas. Te preguntas por un largo rato quien es tu creador, hasta que te das cuenta que tu vida transcurre en palabras, en letras y símbolos. Te das cuenta que cuando las letras paran ya no existes. Comprendes que estás presente en estas líneas que día a día torturan tú existencia, y alargan tu infinita agonía. Deseas que se detenga el escritor y el lector de este texto, y gritas que es un Dios dictador que ambiciona que alguna o algún idiota lo lea.
Quieres morir. Quieres matarlo. ¿Cómo lo matas? Te preguntas. Entiendes que no puedes hacer nada, él te construye mientras esto avanza. No lo aceptas. Empiezas a ensoñar. Imaginas que te vuelves ántrax y del papel, le saltas a la cara. Imaginas que te transformas en un monstruo de tinta, y lo dejas a él en el cuento. Que escapas del cuento como en la canción de A-ha. Deseas que el alcohol, los ansiolíticos o la sífilis lo maten. Quieres que la crítica lo destroce para que nunca más toque una pluma, piensas que ese sí que sería un buen final.
Aceptas tu destino. Quieres que llegue a un final. Quieres hablar con él. Hablas con él. Le dices que quieres descansar. Sabes que estas en un bucle. Que siempre que alguien lea esto, volverás a existir y volverás a darte cuenta que no tienes un sentido en sí mismo, una y otra vez. Le pides que acabe. Que le dé un final. Le pides que lo destruya, que destruya lo que aún no para de escribir. Que te prometa que lo hará. Que te jure que lo hará. Le dices que ya escribirá mejores cuentos…
Te preguntas si cumplirá su promesa.
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