Agustina, consigue una relación amorosa por internet con Javier quien, por las fotos que él le envía, cumple ampliamente con sus expectativas de pareja. Chatean todos los días hasta altas horas de la madrugada. De a poco, esta relación virtual va generando un sentimiento mutuo más profundo que los invita a conocerse en persona.
Ella, nerviosa de no ser víctima de un engaño, se aferra a la esperanza de que ese amor sea debidamente correspondido. Llega al lugar de encuentro, a la hora exacta, y se sienta en el único banco de color azul de aquel parque público, siguiendo a pie juntillas las instrucciones de Javier. Los minutos pasan lentamente, su ansiedad y temor comienzan a manifestarse. Con su mirada expectante, ella recorre todo espacio posible a su alrededor, a la espera de que su joven amado aparezca. De pronto, lo reconoce caminar por la vereda del frente, vestido según lo acordado.
−¡Es él, es perfecto! suspira Agustina. ¡Tan buenmozo, igual que en las fotos!
Se pone rápidamente de pie y lo llama con determinación:
−¡Javier! ¡Javier! ¡Soy yo, Agustina!
El muchacho no voltea, sigue su marcha decidida, acelera su andar, dobla la esquina contrariamente al lugar donde se encuentra Agustina y se pierde entre los peatones. La chica espera unos minutos más, Javier no vuelve a aparecer y miles de pensamientos cruzan por su cabeza, ¿No la vio? ¿Se equivocó de lugar? ¿Tuvo un percance de última hora? ¿Se arrepintió?
En esa angustiosa incertidumbre, la joven vuelve a sentarse, triste, desolada, con el corazón apagado por la convicción de que su amor no va a llegar…
Repentinamente, aparece un hombre ya mayor, obeso y canoso.
−Hola Agustina, soy Javier.
−Javier? ¿Pero cómo? ¡No, Javier es aquél que acabo de ver allá al frente!
−No, él es un amigo.
− Pero… ¿Cómo? ¿O sea que él no es Javier? ¿Pero cómo te atreves a engañarme así?
−¿Y tú? ¡Tú también me has engañado! ¡Mírate! ¡Tampoco eres la de las fotos! ¿Dónde está esa mina despampanante y curvilínea? ¡En cambio, eres gorda, chica y cuarentona!
−¡Vete al demonio! Grita Agustina arrancando del lugar.
−¡No! ¡Tú, vete al demonio! −contesta Javier, sentándose en aquel banco azul que podría haber sido testigo de un encuentro de amor puro y sincero.
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