Apenas hubo nacido su único hijo , la condesa se dio cuenta de que no podía amamantar, por lo que contrató, puertas adentro, a Emilia, una nodriza que también había parido recién, para que la sustituyera, con el compromiso de que sólo debería alimentar a su hijo. Emilia tenía suficiente leche para alimentar a cualquier niño y también suficientes problemas económicos como para negarse a una buena retribución, dejando así a su propio recién nacido, en manos de su cuñada, tan miserable como ella.
La recién parida y ocupada condesa tampoco tenía mucho tiempo para hacerse cargo de la crianza, por lo que se desligó totalmente de ese afán, traspasando la responsabilidad a la nodriza.
Emilia, angustiada por tener que mezquinarle la leche a su hijo, no tardó en urdir un plan. Su cuñada le traería a su hijo y se llevaría al primogénito del conde. Tras un par de días invertirían la acción sin que se notara. Así tendría al niño a su lado y podría darle de mamar durante ese tiempo.
— ¿Nadie te vio entrar? —susurró Emilia.
—No, el guardia estaba dormido —murmuró su cuñada.
En medio de la penumbra que creaba la vela, Emilia, nerviosa pero feliz, desnudó al futuro heredero del conde y con su ropa vistió a su propio hijo usurpando la noble cuna. Lo mismo hizo con el hijo del conde al vestirlo con los pobres harapos del plebeyo. Luego se lo entregó a su cuñada.
La cuñada, se despidió con el bulto en brazos, atravesó el oscuro salón y al chocar con un mueble se fue de bruces. El llanto despertó a la condesa, quien bajó rápido hasta el salón con una tea encendida. Detrás de ella bajó el conde con su espada en la mano.
La mujer, ya en pie y con el niño en brazos, se encontró cara a cara con la condesa.
— ¡Déjeme explicarle señora! —tartamudeó.
—Por favor señora, es mi culpa. Yo le explicaré todo —interrumpió Emilia que apareció en la sala. En seguida prosiguió – Le pedí a mi cuñada que me trajera a mi hijo para darle de mamar. Le prometo que no volverá a ocurrir.
— ¡Infeliz, prometiste alimentar solo a nuestro hijo! —exclamó la condesa y arrebatándole la espada al conde se abalanzó hacia la mujer que tenía el niño en brazos y enterró el arma en el supuesto hijo de Emilia, dando muerte instantánea a su propio hijo.
Al darse cuenta del error, la condesa se desmayó. El conde recogió la espada y se dirigió raudo y decidido al dormitorio contiguo.
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