Viaje a casa, por Ludwin Zavala

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Rojo intenso… ¡mmmmmm! Higos, chocolate… ¡trufas!, un leve acento a pimienta negra… tabaco, sí, tabaco, de ese que fumaba papá en pipa; está redondito, suave, sedoso, un poquito, casi nada, de aspereza al final.

Linda la copa, elegante, con su tallo largo y delgado, y la campana ancha, redondeada, con la boca levemente más cerrada para dejar que los aromas se fundan antes de entrar en nariz; allí frente a la ventana, como un elegante detalle, más que eso, como protagonista con el hermoso paisaje de fondo.

Ese roble frondoso, se ve que ya tiene más de un siglo, imponente, majestuoso, rodeado sólo de una alfombra de césped; se siente el aroma de la hierba fresca, húmeda, sólo el arroyo de aguas cristalinas que dejan ver su cauce pedregoso, con su suave melodía, interrumpe el paño de verde perfecto, enmarcado como fondo por la mole cónica de tonos grises y sombras negras, con la punta de un blanco inmaculado, que contrasta de manera muy armoniosa con el celeste prístino del cielo.

Tu cabello, tan suave, libre, dulcemente aromático, reposando apaciblemente en mi pecho; siento tu aliento tibio en mi piel, con tu respirar tranquilo, segura, protegida en mis brazos, mis dedos se deslizan lenta y sutilmente por tu cuello, tu hombro, tu espalda, como dibujando tu silueta, recorriendo tu belleza casi sin tocarla.

Que hermosa tranquilidad, paz, plenitud, como si no existiera más mundo que nosotros en este momento, fundidos como un sólo ser, dueños del paraíso.

–¿Qué te pasa hueón? ’Tay pegáo en el cuadro… con esa sonrisita hueona conchetumare. Cada vez que te traen aquí, mierda, te quedai como gil pegao entre mi escritorio y el cuadro, ¿te gusta mucho viejo violeta? ¡Cabo Soto! ¡Cabo Sotoooooo!

–A su orden mi Coronel.

–Sáqueme a este hueón de aquí y dele la hueá que pide. Mírenlo que pintor ahora el chucha e su mare… un block no más, los tres pinceles y la acuarela de mierda esa. Cuida las hueás, viejo, mira que todavía te quedan mínimo 20 años más aquí, y yo estoy listo el próximo pa’ la jubilación.

Frío, oscuridad, silencio… soledad; el cemento, gris, sin vida me acompaña ahora, y mi pecho esta frío, vacío, inerte sin tu calor, sin tu aliento, sin tu suavidad, sin tu hermosura; ya tendré mi propia ventana aquí mi amor, y podremos acariciarnos y brindar juntitos otra vez con tu carmenere preferido.

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